miércoles, 1 de julio de 2009

Del amor, II. El Banquete: discurso de Pausanias

SABER AMAR LO QUE ES AMABLE



Fedro nos abrió las puertas a un aspecto crucial del amor: su carácter motriz, siendo además el más poderoso motor de la conducta humana. Pero, como ya dijimos, quedan en el aire ciertos interrogantes respecto a las matizaciones que se pueden hacer de este tema.

El siguiente interlocutor, Pausanias, intenta matizar el elogioso discurso de Fedro afirmando que Eros no es uno, y por tanto hay que precisar a qué Eros hay que elogiar. El hilo conductor de su discurso será la relación obvia entre Eros y Afrodita. Valiéndose de las dos genealogías que se hacen de la diosa -la primera como fruto de la castración de Urano, descrita por Hesíodo; la segunda como hija de Zeus y Dione, según la versión de Homero, a la cual se denomina Pandemo-, Pausanias se va a centrar en la dignidad del eros según el objeto a que se refiera. Hay que elogiar, pues, a lo que hace amar lo hermoso y digno, y ese papel es el que se asigna al Eros de Afrodita Urania, mientras que el de Afrodita Pandemo es “el amor con que aman los hombres ordinarios” (181b). Así, estos hombres tienden a lo débil, lo fácil, lo menos inteligente; aman más por el cuerpo y los sentidos que por el alma y las virtudes nobles.

Nos recuerda este discurso a ese famoso proverbio griego: jalepá ta kalá (lo bello es difícil [de alcanzar]). El deseo tiene muchos objetos, todos ellos dependientes del momento, de la influencia de la imagen social, del estado físico y anímico... Es digno de veneración el amor hacia lo hermoso, e indigno el amor hacia lo perverso o mezquino. Ahora la pelota está en el tejado del objeto: ¿qué hace que algo sea hermoso o que sea despreciable? Como objetos o motivaciones innobles menciona el dinero, el poder o el cuerpo. Lo hermoso parece ser lo que no es efímero o corruptible, las virtudes del alma... Amor y verdad, en el sentido platónico, se unen ahora, se complementan y matizan. Podríamos comentar aquí que amar a alguien por su dinero o su poder, incluso por su mero aspecto físico, no es verdadero amor, no es deseo del otro. Pero Pausanias va más lejos, y se plantea qué acciones son dignas por amor y cuáles no: no se trata sólo de amar al otro, sino de saber que no cualquier acción por él es válida, sino sólo aquéllas conducentes a elevar la virtud del amado, y no sus posibles deseos mezquinos.

Inevitablemente nos recuerda el sentido del viaje de Ulises. El placer y la innegable tentación que representa Circe, o la seguridad y confort que le ofrece Calipso, no bastan al héroe para apagar su más digno Eros: la vuelta a su autenticidad, en su hogar, a ese su propio ser representado por Penélope.

En este punto, analiza el modo en que son juzgadas habitualmente las acciones emprendidas por amor. Lo que observa es que tendemos a valorarlas de otro modo, mucho menos severo, que las que persiguen otro tipo de fines o tienen otro motor. Sabido es que Platón considera más hermoso lo estable, la eternidad y patronazgo del mundo racional de las ideas, así como del alma sobre el cuerpo corruptible. Así, cuando uno es conquistado por fines volubles, como el poder, el miedo o la riqueza, no merece ser encomiado. Quien verdaderamente ama regala al amante sólo favores que puedan ensalzar su virtud y perfección. Defiende que es hermoso complacer a los hombres buenos, y vergonzoso complacer a los inmorales. En efecto, como dice un proverbio oriental, "el que es bueno con los malos, es malo con los buenos".

¿Es, pues, cierto, que en el amor y en la guerra todo vale? De este discurso desprendemos obviamente que no. La propia historia nos ha revelado amargamente que no todo debería valer en la guerra; pero tampoco toda acción por amor, por atracción, es encomiable. Ocultar los delitos del amado perjudicando a otros, satisfacer sus caprichos, ayudarle a alcanzar fines mezquinos, es un motor de conducta que no merece aprobación. Si Fedro ensalzó a Eros como el mejor fundamento de la convivencia política, Pausanias aclara el sentido de lo que debería ser ese Eros: no es sólo el sentimiento, sino también el objeto que lo provoca, lo que hacen del amor un buen solar sobre el que edificar nuestra vida.

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