domingo, 13 de diciembre de 2009

El hedonismo de Epicuro

"Así, cuando decimos que el placer es fin, no hablamos de los placeres de los corruptos y de los que se encuentran en el goce, como piensan algunos que no nos conocen y no piensan igual , o nos interpretan mal, sino de no sufrir en el cuerpo ni ser perturbados en el alma".

EPICUREÍSMO: LA ÉTICA DEL PLACER SERENO

El hedonismo es la creencia en que el fin de la vida humana es la obtención del placer. Las éticas hedonistas son también eudemonistas (no a la inversa), porque buscan también la felicidad como clave para entender el arte de saber vivir, pero a diferencia de otras reducen la felicidad al placer. Son éticas subjetivistas, ya que el placer se entiende como sensación de bienestar del sujeto. El bien y el mal se convierten en sinónimos de placer y dolor.


Epicuro de Samos (341-270 a.C.)


Epicuro nació y murió en Samos, pero a los 35 años se trasladó a Atenas, donde fundó su escuela moral: el Jardín. En él no sólo se meditaban cuestiones filosóficas, sino que tenían como estilo de vida el cultivo de la amistad. En esta escuela, cosa rara en la época, se admitían también mujeres.
Epicuro es considerado el fundador de la escuela moral hedonista. Es una de las llamadas "escuelas morales" del Helenismo (otras son el estoicismo, el cinismo...). En esta época de inestabilidades, donde el concepto de patria o Estado se ha desdibujado, el espíritu de la época está marcado por el individualismo, la preocupación por el destino o la suerte, la proliferación de ritos mistéricos de diversa procedencia cultural... La filosofía se hace menos especulativa y más práctica o, simplemente, se sistematiza el pensamiento anterior. No interesa tanto conocer serenamente la realidad, tanto como encontrar fórmulas para manejarse en ella, y es esto lo que caracteriza las escuelas morales de esta época: podría decirse que son "recetas" fáciles para la felicidad.
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EL EPICUREÍSMO
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La finalidad del hombre es alcanzar la felicidad, e identifica ésta con el placer, pero entendido como vida tranquila. El placer se define como ataraxia, ausencia de dolor (en realidad, ausencia de turbación). Hay que evitar todo lo que perturbe el alma: la política (porque se generan intrigas y enemigos), los grandes banquetes o excesos de cualquier tipo (porque producen después malestar y desequilibrio), la necesidad de lujo (porque no siempre se pueden alcanzar y buscarlos o mantenerlos generan preocupación...) y cultivar el más seguro de los placeres: la amistad.

La antropología y metafísica de Epicuro está fundada en el atomismo materialista. El alma está compuesta de átomos muy sutiles. El ideal es alcanzar el perfecto equilibrio o armonía en el cuerpo y en el alma.
Argumenta contra los principales temores del hombre, que son: el temor a los dioses, a la muerte y al dolor:

a) Los dioses están alejados del hombre y su mundo, son indiferentes a nuestro destino. Por ello no hay que temer sus decisiones. Epicuro los concibe como “hedonistas racionales”.
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Antes de nada, considera a la divinidad como un ser incorruptible y dichoso -tal como lo suscribe la noción común de la divinidad- y no le atribuyas nada ajeno a la incorruptibilidad ni impropio de la dicha. Piensa de ella aquello que pueda mantener la dicha con la incorruptibilidad. (...)
Pues no son premoniciones, sino vanas presunciones los juicios de la gente sobre los dioses, de donde hacen derivar de los dioses los mayores daños y beneficios. En efecto, familiarizados continuamente con sus propias virtudes, acogen a sus iguales, considerando extraño todo aquello que no les sea semejante. (...) Entendiendo el azar no como un dios, como lo considera la gente -porque nada carente de orden obra la divinidad- ni como una causa insegura -pues no cree que a partir del azar les sean dados a los hombres el bien y el mal en orden a la vida feliz, pero sí que de él se procuran los principios de los grandes bienes y males-, considerando que es mejor ser desdichado con sensatez que afortunado con insensatez; es, por otra parte, mejor que en nuestras acciones el buen juicio sea coronado por la fortuna.

b) Mientras se vive no se tiene sensación de muerte; y cuando se muere no se tiene sensación alguna, por lo que no hay dolor.
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Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien y mal reside en la sensación y la muerte es privación del sentir. Por lo tanto el recto conocimiento de que nada es para nosotros la muerte hace dichosa la condición mortal de nuestra vida, no porque le añada una duración ilimitada, sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada hay, pues, temible en el vivir para quien ha comprendido rectamente que nada temible hay en el no vivir. De modo que es necio quien dice que teme a la muerte no porque le angustiara al presentarse sino porque le angustia esperarla. Así que el más espantoso de los males, la muerte, nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos. Con que ni afecta a los vivos ni a los muertos, porque para éstos no existe y los otros no existen ya. El sabio, en cambio, ni rehúsa la vida ni teme el no vivir. (...). Y así como en su alimento no elige en absoluto lo más cuantioso sino lo más agradable, así también del tiempo saca fruto no al más largo sino al más placentero.
Epicuro, Carta a Meneceo, fragmento II.

c) El dolor está, hasta cierto punto, bajo nuestro control. La clave es conocernos bien y conocer la naturaleza de los placeres para ordenar racionalmente nuestra vida hacia la ataraxia.

También consideramos un gran bien a la autosuficiencia, no para que en toda ocasión usemos de pocas cosas, sino a fin de que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, sinceramente convencidos de que disfrutan más agradablemente de la abundancia, quienes menos necesidad tienen de ella, y de que todo lo natural es muy fácil de conseguir, y lo vano muy difícil de alcanzar. Los alimentos frugales proporcionan el mismo placer que una comida abundante, cuando alejan todo el dolor de la indigencia. Pan y agua proporcionan el más elevado placer, cuando los lleva a la boca quien tiene necesidad. El acostumbrarse a las comidas sencillas y frugales es saludable, hace al hombre resuelto en las ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone mejor cuando ocasionalmente acudimos a una comida lujosa y nos hace intrépidos ante el azar.

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La clave de la felicidad consiste en alcanzar un estado permanente de equilibrio, huyendo de los placeres excesivos que perturban el alma y llevan parejos un posterior estado de dolor. No se trata de un placer exclusivamente material, sino duradero y de índole espiritual o afectivo. Hay que alcanzar el equilibrio de ánimo. No hay que suprimir los placeres de los sentidos, sino ordenarlos y subordinarlos a su bienestar físico y espiritual. El placer es salud del cuerpo y equilibrio del alma. La primera fuente de inquietud son los deseos, a cuya satisfacción enfocamos la acción. De ahí que establezca una jerarquía de deseos:

........* Naturales:

· Necesarios:

...para la felicidad (amistad-amor (philía)...)
...para el bienestar del cuerpo (abrigo, aseo...)
...para la vida misma (comer, respirar...).


· Meramente naturales (goces sensuales: comidas y bebidas agradables...)

* Vanos (lujo, adornos, modas... los que son ilusorios y no generados por nuestra propia naturaleza).

La racionalidad consiste en un correcto conocimiento de estos deseos, en saber reducir las necesidades a las mínimas y escoger entre los placeres aquellos que no conlleven ningún dolor (rechaza todo tipo de excesos) y que proporcionen un mayor equilibrio permanente tanto al cuerpo como al alma. Del mismo modo, un dolor momentáneo que conlleve un placer mayor y más duradero también será preferible. Así pues, hay que conocer cuáles son las auténticas necesidades del hombre: las elementales: comer, beber, tener abrigo. Y aun ellas deben reducirse a lo indispensable, ya que los deseos perturban el alma.

Los placeres son cualitativamente distintos: unos son superiores a otros. Así, los placeres del alma son superiores a los del cuerpo. El amor y el conocimiento nos proporcionan más deleite, porque responden a nuestra naturaleza más elevada, mientras que los meramente sensuales sólo responden a nuestra naturaleza animal.
Por último, sólo me queda acabar con el consejo con que comienza Epicuro su Carta a Meneceo, un consejo que transcribo tal cual porque nadie mejor que él expresa su sabiduría.
Nadie por ser joven vacile en filosofar ni por hallarse viejo se fatigue de filosofar. Pues nadie está demasiado adelantado ni retardado para lo que concierne a la salud de su alma. Quien dice que aún no le llegó la hora de filosofar o que ya le ha pasado es como quien dice que no se le presenta o que ya no hay tiempo para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven como el viejo [...] Hay que meditar lo que produce la felicidad, ya que cuando está presente lo tenemos todo y, cuando falta, todo lo hacemos por poseerla.

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