lunes, 3 de mayo de 2010

Ideologías por paquetes

IDEOLOGÍAS POR PAQUETES

...........Hay algo que siempre suelo repetir con frecuencia cuando saltan al debate público leyes o cuestiones de cualquier tipo (el aborto, el velo, los nacionalismos, el poder judicial…). Hay una inercia excesiva en las masas (y perdón por utilizar este término, pero es que la opinión pública funciona demasiado así) a juzgar las cuestiones por quién las defiende, no por lo que son en sí. Preocupa más saber, por ejemplo, si defender el velo es de izquierdas, como derecho cultural, o de derechas, como fenómeno religioso (como si uno no pudiera ser creyente y defender prestaciones sociales, por ejemplo, o ateo y defender el libre mercado o el no intervencionismo). Parece que este debate, en el que todavía la gente pregunta "¿tú qué piensas?", ocurre que cada cual no se atreve a postularse hasta que lo hagan claramente "los suyos".
...........Supongamos que saliera a debate público una propuesta de ley, cualquiera, pero sin firma. ¿Qué debate público saldría de ahí? Y sobre todo, ¿Con qué criterios? Creo, sinceramente, que la gente tendría miedo de opinar. Sólo si va a afectar de forma muy directa a nuestra vida o si está ya definida políticamente y sabemos la adhesión de nuestro equipo (perdón, partido) nos lanzamos a opinar. En el primer caso, desde el egoísmo; en el segundo, desde la dependencia y la cerrazón fanática de cualquier buen hincha.
..........¿Por qué delegamos nuestros propios criterios, nuestro juicio, nuestra capacidad de pensar? Siendo lo que nos define como seres humanos, lo que constituye nuestro mundo interior y construye nuestro mundo exterior, ¿por qué delegamos en otros nuestra propia palabra?
Tantas cosas hay ya dichas, y parece que de nada vale, que me planteo la utilidad de indagar siquiera sobre tal cuestión. Pero, aunque estemos condenados a repetir eternamente los mismos errores, no está de más recordar la respuesta que da Kant a esta pregunta. Siquiera para conocernos mejor a nosotros mismos.

.........La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. Como la mayoría de los hombres (…) tienen por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, fuera de ser penoso, aquellos tutores ya se han cuidado muy amablemente de tomar sobre sí semejante superintendencia. Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.
Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le deja hacer dicho ensayo. Los grilletes que atan a la persistente minoría de edad están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a los movimientos libres, quien se desprenda de esos grilletes quizá diera un inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con seguro paso.
Kant: Una respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?
...........Es inevitable recordar aquí ese maravilloso mito platónico de la caverna. Una de las grandes cuestiones que suscita es ¿cómo rompe sus cadenas ese filósofo que escapa? Podría deducir que pensando. Aunque no creo que baste. Más bien, queriendo pensar. No es una mera cuestión de entendimiento, sino sobre todo de voluntad. El mismo Platón nos expone que son dos las pasiones que turban el recto conocimiento de la verdad, al que todos tenemos acceso: el miedo y el deseo. Miedo a la imagen, a la marginación, a la burla. Deseo de reconocimiento y admiración. Juegan ambos zarandeándonos en nuestra labor de forjarnos criterios, de construir activamente el mundo; y no sólo de forma activa sino con constancia. Porque el mundo es constante transformación, y debemos saber hacia dónde dirigirnos.
..........Como bien dijo Aristóteles, el hombre es el único animal que tiene palabra. No mera voz para expresar el dolor y el placer, las sensaciones inmediatas; sino palabra para concebir y comunicar el bien y la justicia. Palabra (lógos) con la que conformamos las leyes y normas que rigen el Estado. Y eso, no nos engañemos, es tarea de todos, no de políticos. Existe una realidad más allá de las palabras, y la palabra tiene la obligación de desvelarla y modelarla desde sí misma, no de ocultarla y manipular. Y de la manipulación tiene tanta culpa el que la ejerce como el que se somete pasiva y cómodamente a ella.
..........La clave no está en imponer una verdad. Porque la verdad se transforma como la realidad misma (es esa realidad). La clave está en construirnos criterios. En saber qué está en juego en cada debate y en cada nueva realidad que se presenta: el sentimiento religioso, la dignidad de la mujer, los derechos universales cuyo reconocimiento ya se haya adquirido; los derechos de las culturas y de los individuos para desarrollarse, y no ahogarse, en ellas; las instituciones y la ley frente a los deseos egoístas. El mundo actual y no las ideologías muertas.
..........Cuando nos enfrentemos a debates públicos, ya sea la educación y la violencia juvenil, la convivencia y la tolerancia, la independencia de los poderes o la utilidad de las instituciones, pensemos primero de qué realidad surgen y con qué criterios debemos juzgarlos. De las opiniones ya hechas, la cultura en que crecemos, las decisiones ajenas, no somos responsables. Pero sí somos responsables, de forma inexcusable, de nuestro propio juicio. Y la suma del juicio de todos es lo que construye nuestro mundo.

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