martes, 5 de abril de 2011

Wittgenstein, IV: el segundo Wittgenstein

SEGUNDO WITTGENSTEIN
LOS JUEGOS DEL LENGUAJE

     Para el primer Wittgenstein, el lenguaje natural era un lenguaje defectuoso que debía ser corregido y revisado por el lenguaje lógico ideal; pero pronto va a revisar esta idea y echará por tierra sus propias convicciones anteriores. El anecdotario cuenta que, al explicar su teoría sobre la correspondencia entre el lenguaje y el mundo a un colega italiano, éste le respondió con un típico gesto napolitano, consistente en pasarse el dedo por debajo de la barbilla en señal de asco o rechazo, y le dio: "¿Con qué se corresponde esto?"
     La cuestión es que Wittgenstein va a empezar a analizar el lenguaje natural desde una nueva perspectiva, privilegiándolo ahora sobre el lenguaje ideal, que se va a convertir en su nueva filosofía en un caso límite, en una mera función del lenguaje entre las muchas posibles.
     Creer que con el lenguaje podemos representar el mundo es para él ahora una superstición de la que hay que despertar, una superstición creada por el mismo lenguaje.
     La tesis fundamental de su nueva filosofía es que no existe un sólo lenguaje, sino muchos "juegos de lenguaje" que están enraizados en las distintas formas de vida (ver vídeo sobre Wittgenstein en este blog). Para dominar un lenguaje hay que conocer la forma de vida en que está inscrito. Por tanto, hay que dejar de preguntarse por el significado y preguntarse, en cambio, por el uso. Pongamos un ejemplo: ¿qué significa la expresión "¡ladrillo!"? No podemos saberlo si no conocemos el contexto en que se está usando; si lo oímos en una obra, seguramente lo estará usando un albañil para hacer que otro le pase un ladrillo, pero si se lo oímos a un niño en una escuela lo estará usando para hacer saber al profesor que piensa que el dibujo que está señalando es el de un ladrillo.

Los juegos del lenguaje y los "parecidos de familia"
     ¿Qué tienen en común todos los lenguajes? Nada; lo único que hay son ciertos "parecidos de familia"; es igual que preguntarnos qué tienen en común todos los juegos. El ajedrez y el parchís, por ejemplo, se parecen porque ambos se juegan sobre un tablero sobre el que hay unas piezas que hay que desplazar; pero cada uno tiene sus reglas, y sería tan absudo preguntarse por el significado común (por la referencia) de diversas lenguas, como intentar jugar al ajedrez siguiendo las reglas del parchís. Para manejarse en un idioma hay que conocer las reglas de ese juego. Obviamente hay más similitudes entre unas lenguas que entre otras, del mismo modo que hay más similitud entre los juegos de mesa que entre alguno de éstos y un juego de deportes.

Las funciones del lenguaje y la "caja de herramientas"
    En el Tractatus defendía la tesis de que la función del lenguaje es significar el mundo, referirse a él. Ahora defenderá la tesis de que no hay una sola función del lenguaje; el lenguaje sirve para describir, pero también para admirarse, para regañar, para pedir, para preguntar, para indignarse, para consolar... Habría que compararlo, en este sentido, con una caja de herramientas. Las herramientas no señalan objetos, sino que las usamos para construirlos. No tienen una función, sino muchas. Usamos las herramientas con distinta finalidad, y del mismo modo usamos el lenguaje con distintos objetivos, como los señalados. El lenguaje funciona en sus usos. No hay que preguntar, pues, por las significaciones; hay que preguntar por los usos. Pero estos usos son variados; no hay propiamente el lenguaje sino los lenguajes; y éstos son "formas de vida".

La nueva tarea de la filosofía
     En realidad Wittgenstein no argumentó contra los errores del Tractatus, sino más bien inició un nuevo modo de ver que hacía que el anterior le pareciera una superstición, producida por el propio lenguaje, pues el lenguaje engendra supersticiones de las cuales tenemos que deshacernos. La filosofía tiene ahora una nueva misión, aunque también aclaradora: debe ayudarnos a rehuir "el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el lenguaje". Pero sólo lo lograremos cuando veamos claramente "el lenguaje", en vez de ilusionarnos sobre él tratando él como una esencia. No hay nada "oculto" en el lenguaje.  Lo que llamamos lenguaje son "juegos de lenguaje"; ni hay una función del lenguaje, como no hay una función de una caja de herramientas. No hay ni siquiera algo común que sea el juego del lenguaje. Lo único que hay son "similaridades", "aires de familia", que se combinan, intercambian, entrecruzan. pensar lo contrario es simplificar el lenguaje y con ello engendrar perplejidades, dejarse seducir por el embrujamiento del lenguaje, por una determinada "visión" del lenguaje, que ilusoriamente suponemos ser la única "verdadera". Por haberse hecho demasiadas ilusiones con el lenguaje se han generado lo que se han llamado "problemas filosóficos" que no son tales, sino meras "perplejidades". Los problemas se resuelven; las complejidades sólo se "disuelven".
     Aún nos queda preguntarnos, ¿qué papel tiene en esta teoría lo místico, la religión y la ética? En realidad varía poco respecto al Tractatus, pero ahora pueden considerarse otras formas más de juegos de lenguaje o funciones, entre las muchas posibles, para expresar ese tipo de sentimientos y valores. Pero en ningún caso servirá el lenguaje para "resolver" problemas de esa índole.

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