domingo, 1 de marzo de 2015

El nombre de Dios en vano


El nombre de Dios en vano

Zanjado el tema en el s. XVIII, he aquí el resumen de las pruebas sobre la existencia de Dios:

Todos los caminos que se han propuesto a este respecto comienzan, o bien por la experiencia determinada y por la peculiar condición de nuestro mundo sensible, que conocemos a través de tal experiencia, y se elevan desde ella, conforme a las leyes de la causalidad, hasta la causa suprema fuera del mundo; o bien se basan simplemente en una experiencia indeterminada, es decir, en la experiencia  de alguna existencia; o bien, finalmente, prescinden de toda experiencia e infieren, completamente a priori, partiendo de simples conceptos, la existencia de una causa suprema. La primera demostración es la físico-teológica, la segunda la cosmológica y la tercera, la ontológica. No hay ni puede haber más pruebas.
Demostraré que la razón no consigue ningún resultado positivo ni por un camino (el empírico) ni por el otro (el trascendental)...
Kant: Crítica de la razón pura. El ideal de la razón pura (A 590-1 / B 618-9).

¿Con qué intención se intenta imponer la creencia en Dios? Que nadie se lleve a engaño: no hay detrás intención salvífica, ni “educación en valores”. El poder de dominar conciencias es en gran medida el poder más peligroso de todos.
Razonemos lo más simple: ¿necesita Dios de nosotros para hacer conversos? ¿Qué clase de Dios impotente proclaman quienes así lo creen? Los fanáticos ingenuos (los comparsas de los manipuladores) actúan con el mayor egoísmo: creen que Dios les premiará. Poco altruismo y poco amor hay hacia quienes son condenados y humillados por ellos.
Hagamos un inciso, antes de que mentes malévolas intenten tergiversar lo expuesto: Kant era un profundo creyente. Pero como buen ilustrado y como gran admirador y respetuoso de la conciencia moral, no intentó engañar a nadie. Es quizá el más claro exponente y precursor de la libertad de conciencia: una conciencia que, creyéndola objetiva, la defendía necesariamente libre para ser verdadera.
Los que intentan imponer su fe insultan la más elemental inteligencia de los que dedicaron la suya realmente a convencer y a consolar con lo que creían cierto. Lean a Tomás de Aquino (Santo Tomás), en su defensa de que la ley de Dios se expresa en la propia razón moral.
Se puede creer en Dios o creer que el hombre está solo ante su conciencia, en su tarea de dar sentido al mundo y a su vida. En uno y otro caso, la respuesta a la tarea moral es la misma: respetar al prójimo en su ser y en su dignidad.
La publicación oficial del BOE de ese adoctrinamiento sobre la existencia de Dios ha sido objeto de mofa, pero más importa que lo haya sido también de indignación, en la medida en que impone, sin justificación racional, un dogma como verdad establecida e incuestionable. Se impone la idea de Dios. Pero la indignación sola no basta ni mueve, si no se acompaña de razón. Mutilar la libre conciencia de los hombres es la mayor iniquidad y, en cuanto tal, el peor de los pecados.
Educar, edificar personas, es darles el poder de construirse y descubrirse a sí mismos, y al mundo, desde su racionalidad. Somos un ser por hacer, pero a través de lo que nos define: el logos, eso que la misma Biblia dice que dio Dios al hombre a diferencia de los otros animales. He ahí la verdadera barbarie: destruir el desarrollo del ser humano, matar su capacidad de construirse a sí mismo y adueñarse de su conciencia.
La cruzada contra la barbarie está en manos de todos, y todos cuantos imponen sus dogmas, en la tan estúpida como mezquina creencia de que Dios ha de premiarles por actuar contra el resto de sus semejantes, son los verdaderos enemigos de la humanidad, y de lo que se ha intentado transmitir a lo largo de toda la historia de las religiones con la idea de Dios: el amor al prójimo y la acción desde la propia conciencia, que encierra en sí la inquietud de justicia.
Que cada cual asuma su responsabilidad: buscar la justicia y hacer cuanto se pueda por la propia felicidad y por la ajena, ya sea como humanos que somos o como criaturas de Dios, creadas con el mismo fin. Esa es la tarea digna de premio, y si hay Dios o no para premiarla de hecho habremos necesariamente de saberlo todos en su momento.
¿Qué podemos decir de la felicidad, meta de toda vida, que se secuestra a modo de chantaje en esa imposición de dogmas? Dejemos que cada cual juzgue y busque en qué consiste la suya, porque es tarea propia edificarse a sí mismo y alcanzar la realización de nuestra naturaleza. Contra la soberbia de poder –un poder muy terreno, el de dominar conciencias-, piensa en esto:

Entonces si nuestro pensamiento tiene algo divino lo que este proyecte en la vida también lo tendrá. Aquí no vamos a seguir la opinión de algunos que dicen que siendo hombres sólo debemos pensar humanamente y ocuparnos de los asuntos de los mortales y, en la medida de lo posible, tratar de inmortalizarnos haciendo el esfuerzo de vivir activamente con lo más excelso que tenemos. Todo esto, aun cuando sea ínfimo, sobrepasa a lo demás en poder y dignidad y, justamente, todo hombre es sobre todo esto último, de modo que, si esta es la parte que predomina en el ser humano o la mejor, sería absurdo que un hombre no elija su propia vida antes que la de otro. Por eso, lo que ya dijimos antes cabe aquí también. Lo que es inherente a uno mismo es lo peculiar de cada uno y es a lo mejor de esto a lo que se orienta lo óptimo de nuestra naturaleza que es, asimismo, lo más agradable. Por eso para el hombre será feliz su vida si se conforma a su pensamiento, y si este se ajusta a lo óptimo, porque esa es la vida feliz.

Ética a Nicómaco, Libro II, 340-357.

Y a ese mezquino creyente de fe contra otros, a ese necio usurpador de Dios: recuerda que entre los mandamientos está el de no utilizar el nombre de Dios en vano.

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