domingo, 28 de octubre de 2012

Corrección textos del Fedón


− ¿Y lo que debemos preguntarnos a nosotros mismos −dijo Sócrates− no es algo así como esto: a qué clase de ser le corresponde el ser pasible de disolverse y con respecto a qué clase de seres debe temerse que ocurra este percance y con respecto a qué otra clase no? Y a continuación, ¿no debemos considerar a cuál de estas dos especies de seres pertenece el alma y mostrarnos, según lo que resulte de ello, confiados o temerosos con respecto a la nuestra?

− Es verdad lo que dices −asintió Cebes.

− ¿Y no es lo compuesto y lo que por naturaleza es complejo aquello a lo que corresponde el sufrir este percance, es decir, el descomponerse tal y como fue compuesto? Mas si por ventura hay algo simple, ¿no es a eso sólo, más que a otra cosas, a lo que corresponde el no padecerlo?

− Me parece que es así −respondió Cebes.

− ¿Y no es sumamente probable que lo que siempre se encuentra en el mismo estado y de igual manera sea lo simple, y lo que cada vez se presenta de una manera distinta y jamás se encuentra en el mismo estado sea lo compuesto?

− tal es, al menos, mi opinión.

Fedón, 78b-c

Análisis: extraemos partes o ideas del texto, haciendo un esquema.
Plantea dos preguntas:
1. qué clase de seres se corrompen (son pasibles de -o sea, pueden padecer- disolverse) y con respecto a qué seres.
2. A cuál de estos seres pertenece el alma. (aquí percibimos ya la intención del texto, pues dice que la respuesta nos mostrará si debemos estar temerosos o no con respecto a nuestra alma, y lo que tememos respecto a ella es, obviamente, si es inmortal o no)
Respuestas: (vemos que sigue el planteamiento que ha propuesto respondiendo esas dos preguntas)
1. Lo que se puede descomponer es lo compuesto, precisamente por estarlo, y lo que no, lo simple, porque no podemos dividir las partes de lo que no tiene partes. (Está distinguiendo dos tipos de seres, que sabemos va a relacionar con lo que está compuesto de materia y lo que no; obviamente, podemos explicar, porque lo sabemos, que Platón distingue estos dos tipos de seres -dualismo ontológico-: los inteligibles y los sensibles).
2. (Ahora toca saber si el alma es un ser simple o compuesto). Lo lógico es que lo simple sea aquello que se encuentra siempre en el mismo estado, y lo que cambia o se presenta de distintas formas sea lo compuesto. (Sabemos a qué se refiere Platón; las cosas sensibles, materiales, se presentan de distintos modos, porque cambian y evolucionan; pero el alma es la parte humana que nos proporciona el conocimiento racional, es decir, de lo que no cambia -lo inteligible, es decir, las ideas, son siempre idénticas a sí mismas).
 
Ahora tenemos las piezas para redactar, comenzando por describir el tema del texto -la intención del autor, es decir, por qué nos dice lo que nos dice aquí, ubicando su argumentación).
 
     En este fragmento Platón, por boca de Sócrates, está buscando una demostración de la inmortalidad del alma. Habiendo ya demostrado la preexistencia de la misma por medio de la teoría de la reminiscencia, no había quedado aún claro si, aunque hubiera preexistido, no sería posible que se corrompiera tras la muerte. Así, declara su intención al declarar si debemos estar "confiados" o "temerosos" sobre nuestra alma, refiriéndose a su destino tras la muerte.
     Para poder argumentar al respecto, hay que preguntarse primero si el alma es de tal naturaleza que pueda corromperse. Por ello el fragmento se estructura en dos preguntas sucesivas: qué tipo de seres son pasibles de disolverses y cuáles no. La respuesta a esta pregunta la encuentra distinguiendo los seres compuestos -aquellos de los cuales, por tanto, pueden separarse sus partes- de los seres simples. Sabemos que, para Platón, los seres compuestos son los materiales, pues están compuestos de materia (algo que, por naturaleza, se divide y se transforma, como nos muestra nuestra percepción del devenir en este mundo) y de la idea de la que participan. Los entes que participan de una idea o concepto son múltiples, mientras que el concepto o idea es uno. Platón asocia, pues, los entes corporales con lo múltiple, siendo estos entes lo que percibimos con nuestro conocimiento sensible, perteneciente también al cuerpo; y los entes ideales -las ideas o conceptos- con lo uno o simple, siendo éstos percibidos por nuestra razón, conocimiento que pertenece al alma.
    Sabiendo ya que los seres que se corrompen son los compuestos, toca ahora preguntarse si el alma es simple o compuesta. Para ello hay que volver a referirse a su concepción del conocimiento racional que, como hemos dicho, es el propio del alma y capta lo unitario y eterno, lo que no cambia: las ideas. Todo cuanto pueda haber en nosotros que cambia y se transforma pertenece al cuerpo o a los sentidos, mientras que la razón mantiene el alma serena captando lo unitario y eterno. Continuando con esta argumentación, Platón acabará concluyendo cómo el alma debe ir liberándose de la contaminación de todo lo sensible y material, todo lo que nos mantiene aferrados al cuerpo, para desligar lo que hay de simple y eterno en nosotros -identificado con lo perceptible con la razón- de lo que nos mantiene unidos al cuerpo corruptible: todo cuanto se identifica con los sentidos y los placeres físicos, sujetos a lo transitorio y la corrupción.
     Vemos así reflejado en este fragmento lo que constituye el tema central de la obra del Fedón: la naturaleza y destino del alma tras su muerte.
 
 
 
 
 

− Luego, antes de que nosotros empezáramos a ver, a oír y a tener las demás percepciones (alusión al conocimiento sensible), fue preciso que hubiéramos adquirido ya de algún modo el conocimiento de lo que es lo igual en sí (lo en sí se refiere a lo inteligible, a lo que capta la razón), si es que a esto íbamos a referir las igualdades que nos muestran las percepciones en las cosas (aquí habla de las cosas que nuestros sentidos captan como "iguales"), y pensar, al inferirlas, que todas ellas se esfuerzan por ser de la misma índole que aquello (lo en sí), pero son, sin embargo, inferiores (alusión a la teoría de la participación).

- Necesario es, Sócrates, según lo dicho anteriormente.

- Y al instante de nacer, ¿no veíamos ya y oíamos y teníamos las restantes percepciones?

- Efectivamente.

- ¿No fue preciso, decimos, tener ya adquirido con anterioridad a estas percepciones el conocimiento de lo igual?

- Sí.

- En ese caso, según parece, por necesidad lo teníamos adquirido antes de nacer.

- Eso parece.

- Pues bien, si lo adquirimos antes de nacer y nacimos con él, ¿no sabíamos ya antes de nacer (alusión a la reminiscencia) e inmediatamente después de nacer, no sólo lo que es igual en sí, sino también lo mayor, lo menor y todas las demás cosas de este tipo? Pues nuestro razonamiento no versa más sobre lo igual en sí que sobre lo bello en sí, lo bueno en sí, lo justo, lo santo, o sobre todas aquellas cosas que, como digo, sellamos con el rótulo de “lo que es en sí”, tanto en las preguntas que planteamos como en las respuestas que damos. De suerte que es necesario que hayamos adquirido antes de nacer los conocimientos de todas estas cosas.

Fedón, 78b-c

 Análisis: extraemos partes o ideas del texto, haciendo un esquema.
1. Distinción entre lo que conocemos por los sentidos y los conceptos (las ideas). Antes de percibir con los sentidos -antes de "ver, oir, y tener las demás percepciones"- cosas iguales teníamos que tener la idea de lo igual en sí (nunca percibimos con los sentidos lo igual en sí, ni ninguna idea o concepto en sí; los sentidos sólo nos muestran cosas que se parecen a las ideas, pero no las ideas mismas).
    a) Por los sentidos puedo percibir cosas materiales que me parecen iguales, pero no la idea de lo igual.
    b) Si la idea de lo igual en sí no la percibo por los sentidos, pero la tengo presente al percibir cosas iguales, es porque estas cosas me la recuerdan, luego, para que me la recuerden, tenía que tenerla previamente, y no a través de los sentidos, que sólo me muestran cosas que participan de ella.
2. Origen del conocimiento de los conceptos o ideas. Tenemos que haber adquirido la idea de lo igual antes de nacer, porque desde que nacemos tenemos sentidos.
3. Aplicación del ejemplo al resto de las ideas. Lo mismo que ocurre con la idea de lo igual se tiene que aplicar a lo mayor, lo menor (conceptos matemáticos),



     En este fragmento, Platón, por boca de Sócrates, está buscando un argumento para demostrar la preexistencia del alma, argumento que extraerá de la teoría de la reminiscencia que aquí se está demostrando. La línea argumentativa es la siguiente: parte del ejemplo de las cosas iguales y lo igual en sí para analizar de dónde nos proviene tal idea, distinguiendo el conocimiento que nos proporcionan los sentidos del conocimiento de las cosas en sí, y luego aplicará lo deducido de este ejemplo a otra ideas superiores.
    Por "cosas en sí" Platón se está refiriendo a los conceptos de las cosas, a los que va a llamar "ideas". Estas ideas, para Platón, tienen realidad objetiva, se captan no por los sentidos -que sólo nos muestran cosas que participan de ellas- sino por la razón. Ahora bien, ¿cómo, a través de los sentidos, estamos evocando las ideas? La explicación que encuentra para ello es la teoría de la reminiscencia: al percibir las cosas múltiples, estamos recordando conceptos en sí porque esas cosas múltiples nos los recuerdan, por tanto es preciso que el alma tuviera noción de ellas antes de nacer. Esto no sería posible si las cosas múltiples, sensibles o materiales, no participaran de las cosas en sí, lo unitario -el concepto es uno, las cosas que participan de concepto, las cosas iguales en el ejemplo, son múltiples-.
    A partir del ejemplo elegido, las cosas iguales y lo igual en sí o idea de lo igual, idea de la que participan aquellas, aplica lo deducido al resto de conceptos o ideas en sí. Añade otros conceptos similares (lo mayor y lo menor) y de ahí trasciende a otros conceptos o ideas superiores, como lo bueno en sí, lo justo y lo santo. Vemos así cómo, a partir de conceptos de naturaleza matemática (lo igual, lo mayor, lo menor...) salta, no sin intención, a otros conceptos de mayor envergadura: la filosofía de Platón se orienta a mostrar que el bien, la justicia, y otros conceptos de la misma relevancia poseen objetividad, no son fruto del mero lenguaje humano ni son relativos al discurso, como pensaban los sofistas. Para llegar a captar su objetividad y recordar el mundo del que proviene el alma, las matemáticas ejercen un papel propedéutico, como observamos en este texto.
    Dado que poseemos un conocimiento innato (el conocimiento racional de las ideas) que no nos proviene de este mundo, es preciso que el alma lo haya adquirido antes de nacer, por tanto el alma tiene que preexistir al nacimiento.
    Por tanto, en estre fragmento se ilustran al menos los siguientes aspectos de la filosofía platónica: la idea de que el conocimiento es recuerdo (teoría de la reminiscencia), que las cosas sensibles son una copia de las inteligibles (teoría de la participación), que las ideas o conceptos poseen objetividad y que el alma preexiste al nacimiento, siendo por tanto una sustancia distinta y separable del cuerpo.
 

 
Podemos añadir rasgos del estilo del autor, pero al final, para que no distorsione la percepción de lo más importante, sino que quede como colofón, y siempre y cuando sepamos relacionarlo con el estilo del fragmento en cuestión: "Platón escribe en forma de diálogo, escritura adecuada a su método de conocimiento: la dialéctica, que consiste en ir descubriendo ideas cada vez más unitarias e idénticas a partir del contraste entre dos ideas opuestas..."; "aquí vemos cómo va guiando a su interlocutor...").