Película enigmática donde las haya, se ha tendido a clasificarla dentro del género de terror, pero no hay nada más engañoso. Se trata más bien de un thriller psicológico, donde el realismo del formato se funde por completo con lo fantasioso de la trama hasta crear una homogeneidad inusitada que trasciende cualquier etiquetado. Es una de las mayores y solapadas virtudes de este film: la sublime fusión de contrarios en multitud de ámbitos: en el artístico (realismo descarnado con solapada ficción gótica), en la trama (retrato psicológico de la marginalidad y el acoso a través de la amistad entre un niño y una vampiro), en las emociones (horror y pureza, brutalidad y ternura), en la moral (constante fusión y confusión del bien y el mal)... De este modo se resquebrajan todos los maniqueísmos establecidos, dejando al espectador en un estado de perplejidad emocional.
La película presenta una perspectiva arquitectónica del espacio vital. En este escenario escandinavo, las vidas transcurren en una multitud de ámbitos aislados. Los espacios se multiplican y se esconden unos de otros. El espacio intermedio, siempre nevado, resulta fronterizo. En ese espacio vacío de actividad vital se conocen los niños, de noche: como si el encuentro tuviera que darse en un mundo intermedio entre la realidad y la ficción. Un espacio como vacío de vida que hay que atravesar para llegar a otro espacio cerrado, protegido, encerrado en sí mismo. Cada edificio, cada habitación, separa acontecimientos, vidas e intimidades. Un retrato sencillamente realista crea la atmósfera adecuada para hablar del aislamiento, de la sensación de burbuja, de mundo interior, una atmósfera que culmina en la escena final de la piscina, en la que todo el horror se presenta de forma absolutamente aséptica, de golpe, eliminando todo sonido al introducir el plano en el interior del agua.
Con tal escenario el espectador está ya anímicamente introducido en la soledad del niño, en su miedo incomunicable. Si de algún modo es una película de terror no lo es tanto por el tema del vampirismo, sino sobre todo por el de esa soledad impotente producida por el acoso que sufre. Miedo y deseo, soledad y relaciones imposibles, urden la temática profunda de la película. Todo ello fusionado como piezas indivisibles, como caras de la misma moneda. La vida se alimenta de la muerte; la amistad que aquí surge se alimenta de la marginación. Especialmente impactante resulta la mirada beatífica del niño en las dos escenas en que consigue superar los ataques a que se le somete. No hay crueldad en sus ojos, ni expresión de triunfo, desafío, venganza... Sólo una profunda expresión de beatífica paz. Esa imagen del brazo mutilado lanza de una sola vez al espectador una sensación de terror y de alivio por su salvación. No da tiempo a juzgar lo que se ha sentido.
El tema del acoso es abordado desde la perspectiva de la imaginación infantil. La niña vampiro parece cumplir el papel de ese amigo imaginario que crean muchos niños para llenar su intimidad. El deseo de liberación, más que de venganza, puede llevar a soñar con que los enemigos son destruidos, desaparecen... Un protector desconocido por todos, con poderes especiales, responde a ese esquema de imaginería psicológica creada por las circunstancias de aislamiento y pánico a que está sometido. Pero no se retrata con tanta explicitud: a ese amigo imaginario se le da una identidad y se le crea una vida, unas circunstancias que resultan paralelas a las del propio niño. Un protector cuyo papel los demás desconocen, una persona que desea su amistad y que la salva previamente, como luego ella le salva a él. Al amigo imaginario se le da una identidad real, o casi real, porque se introduce el elemento fantasioso (el vampirismo) en una atmósfera cargada de realismo, tanto estético como psicológico. Todo con la ambigüedad moral del sacrificio ajeno, de la muerte de gente (salvo excepciones) inocente, factores inevitables para la supervivencia de la niña.
En definitiva, una película inusitada, realmente original y con una profundidad sin estridencias, de las que te hablan desde rincones profundos del alma sin que uno se dé cuenta de los intersticios por los que se ha infiltrado ahí.