Estamos viviendo una especie de convulsión en la sociedad; un lento, torpe quizá e inseguro despertar de conciencias que aún no saben a dónde se encaminan, pero que quieren andar con pasos propios. Cada sociedad desarrolla sus ideologías, porque cada sociedad desarrolla sus circunstancias, pero las ideologías son lentas y tardías, tienden a enquistarse y pierden pronto su frescura. Hace tiempo que vivimos con unos paradigmas ideológicos caducos, que respondían bien a una estructura social que ahora ha cambiado. Urge, y así lo estamos viendo, revisar qué ocurre en nuestro mundo: quién o qué gobierna, dónde están los verdaderos causantes de la crisis actual -y no me refiero a nombres personales, siempre reemplazables, sino a estructuras económicas-.
Los indignados están pidiendo cambios, una verdadera democracia. Pero las ideas están aún en el aire, perdidas en la primera parte del proceso de tormenta mental. Sin embargo las críticas de los que no desean cambiar el sistema ya están actuando. Creo que es hora de revisar argumentos y de tomar conciencia de lo que está pasando, de lo que realmente se puede o no hacer, se puede o no decir. Creo que es hora, y urge, de hacer que el discurso, creador de la imagen y la conciencia pública, se ajuste a la realidad, y supere de una vez por todas la pomposidad y el autoenvanecimiento de la propia capacidad de "argumentación" en pro de la búsqueda de verdad. Intentemos, pues, contraargumentar esas acusaciones a los indignados.
Se les acusa de "no respetar la voluntad de la mayoría", aludiendo a haber ganado las últimas elecciones regionales y municipales. Ahora bien, ¿Se está impidiendo a los elegidos acceder a sus puestos de poder? La acusación en sí ya huele a "a mí no me molestes". ¿Qué se puede decir a esto?
1) Stuart Mill ya previó los defectos de una democracia fundamentada sólo en el concepto de "mayoría": se puede caer en la pérdida de derechos de las minorías, y en la pérdida de racionalidad. Ninguna democracia -ningún sistema, pero menos el que presume de partir de la libertad y la fundamentación en valores- puede prescindir cuando menos de escuchar los intereses también de las minorías -la ley electoral por provincias responde a ese espíritu-.
2) No se puede prohibir la mera denuncia de pérdidas de derechos -siendo además que esas pérdidas afectan a mucho más que minorías...-. Hay algo que sin duda saben, pero no quieren que se sepa: los resultados de las elecciones tienen una explicación psicológica: se quiere cambiar. Gobiernan unos, se vota a los otros. Eso no quiere decir que los resultados expresen la voluntad del pueblo; permítaseme un ejemplo: si me dan a elegir entre una puñalada y un tiro, a lo mejor elijo lo primero, pero eso no expresa mi voluntad. Lo saben. En gran medida lo sabemos; pero no lo argumentamos. Ahí es donde hay que empezar a generar una opinión pública coherente, que responda realmente a la voluntad general, fundamento de la democracia.
3) Es necesario que haya otras opciones, por supuesto que es lícito plantearse nuevas opciones; nadie tiene derecho a mutilar su formación natural. Pero esas otras opciones solo pueden surgir si no se prohibe ni se pervierte la opinión pública, otro de los grandes enemigos del espíritu de la democracia. Es por tanto preciso una revisión del uso y posesión de los medios de comunicación, que deben estar al alcance y servicio de todos.
4) Respetar no es acatar sin más: no se está impidiendo la llegada al poder de los nuevos gobiernos regionales y municipales, luego la acusación no tiene fundamento. Pero con ese argumento se está atentando contra la base de la democracia: la opinión pública. Si falla la base, lo demás ya no es democracia: es dictadura electoral.
Los jóvenes tienen derecho a un futuro; pero no se trata sólo del futuro. Todos -viejos y jóvenes- somos dueños y responsables de nuestro presente. Cada ser humano tiene el derecho natural de preocuparse por su vida: por no ser estafado, utilizado o explotado. Cada ser humano tiene, además, la obligación de ejercer su conciencia, no sólo defender sus intereses. Y eso implica la obligación de querer conocer la verdad y buscar justicia. Los argumentos para fraguar una auténtica democracia -ahora pervertida- están ya formulados; sobre el sentido de la razón, de la libertad y de la opinión pública, releamos a Kant:
...La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.
La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter maiorennes), permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea. (...)
Después de haber atontado sus reses domesticadas, de modo que estas pacíficas criaturas no osan dar un solo paso fuera de las andaderas en que están metidas, les mostraron el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Lo cierto es que ese riesgo no es tan grande, pues después de algunas caídas habrían aprendido a caminar; pero los ejemplos de esos accidentes por lo común producen timidez y espanto, y alejan todo ulterior intento de rehacer semejante experiencia.
Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, hasta entre los tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, después de haber rechazado el yugo de la minoría de edad, ensancharán el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene: la de pensar por sí mismo. Notemos en particular que con anterioridad los tutores habían puesto al público bajo ese yugo, estando después obligados a someterse al mismo. (...) El público puede alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución sea posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión interesada y ambiciosa; pero jamás se logrará por este camino la verdadera reforma del modo de pensar, sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los antiguos, servirán de andaderas para la mayor parte de la masa, privada de pensamiento.
Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe! (Un único señor dice en el mundo: ¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!) Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿cuál de ellas impide la ilustración y cuáles, por el contrario, la fomentan? He aquí mi respuesta: el uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la ilustración. (...) Así, por ejemplo, sería muy peligroso si un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz alta, estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida. Tiene que obedecer. Pero no se le puede prohibir con justicia hacer observaciones, en cuanto docto, acerca de los defectos del servicio militar y presentarlas ante el juicio del público. El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados, tanto que una censura impertinente a esa carga, en el momento que deba pagarla, puede ser castigada por escandalosa (pues podría ocasionar resistencias generales). Pero, sin embargo, no actuará en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente sus ideas acerca de la inconveniencia o injusticia de tales impuestos. (...).
Una época no se puede obligar ni juramentar para poner a la siguiente en la condición de que le sea imposible ampliar sus conocimientos (sobre todo los muy urgentes), purificarlos de errores y, en general, promover la ilustración. Sería un crimen contra la naturaleza humana, cuya destinación original consiste, justamente, en ese progresar. La posteridad está plenamente justificada para rechazar aquellos decretos, aceptados de modo incompetente y criminal. La piedra de toque de todo lo que se puede decidir como ley para un pueblo yace en esta cuestión: ¿un pueblo podría imponerse a sí mismo semejante ley? Eso podría ocurrir si, por así decirlo, tuviese la esperanza de alcanzar, en corto y determinado tiempo, una ley mejor, capaz de introducir cierta ordenación (...)
Luego, si se nos preguntara ¿vivimos ahora en una época ilustrada? responderíamos que no, pero sí en una época de ilustración. Todavía falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condición, ,sean capaces o estén en posición de servirse del propio entendimiento, sin acudir a extraña conducción. Sin embargo, ahora tienen el campo abierto para trabajar libremente por el logro de esa meta, y los obstáculos para una ilustración general, o para la salida de una culpable minoría de edad, son cada vez menores. Ya tenemos claros indicios de ello.
Emmanuel Kant: Una respuesta a la pregunta ¿Qué es la ilustración?
He aquí el fundamento de la ilustración: de la iluminación de la sociedad y de la base de los valores que supuestamente persigue la forma de gobierno democrática: una opinión pública libre y racional. Una reflexión seria sobre el bien común y la justicia, no sólo una defensa de cada pequeño interés. Los indignados no sólo tienen derecho a expresarse: tienen, tenemos todos, obligación de reflexionar. y ante el actual estado de cosas, tenemos obligación de indignarnos. Ya juzgaremos las propuestas, ya se cribarán las simples ocurrencias y se alcanzará una propuesta racional y de progreso si de verdad nos comprometemos a ejercer la conciencia y la razón. Quien dice que el pueblo no tiene derecho más que al voto ciego pervierte y mutila algo más que un sistema de gobierno democrático: pervierte la naturaleza misma del hombre, dotado de razón y de entendimiento propio. Ya dijo Esopo en una de sus fábulas : "que nadie pertenezca a otro pudiendo pertenecerse a sí mismo".
¿Queremos de verdad recuperar la dignidad? Ejerzamos la reflexión; releamos a a Stuart Mill, a Kant, a Marx, quien reveló el papel de las ideologías como falsas imágenes que intentan disecar la vida. Remontémonos desde ellos a los clásicos, y nos daremos cuenta de que somos lo mismo: la humanidad, con el derecho y el deber de gobernarnos a nosotros mismos y de ejercer un papel activo en nuestro mundo.
No sé si estoy de acuerdo o no con todo lo que se propone (sé que no lo estoy con todo). Pero que se piense, o que se quiera pensar, me da esperanza. Indignémosnos lo primero contra quienes quieran quitarnos esto.