¿Oriente frente a Occidente? No, no van por ahí los tiros; no pretendo generar enfrentamientos de valoración de tradiciones culturales. Pero sí me llama la atención el contraste entre dos perspectivas sobre una única visión planteada por ambos: cierto sentido trascendente de la vida.
He aquí dos pensadores que han iniciado a la humanidad, desde distintos caminos (no son los únicos), en la idea de una necesidad de elevar el alma a un supuesto mundo superior, al que pertenecería en origen y el cual le da sentido a esta vida. Ambos conciben que el alma, al nacer, está contaminada por el cuerpo, por el deseo, por los apetitos individuales, transitorios y terrenos. Ambos ofrecen fórmulas para purificar el alma y hacer que trascienda las ataduras de este jardín de Venus que es el mundo en que vivimos.
Son muchas las diferencias entre ambos modelos: uno racional, el otro puramente místico; un mundo ideal pero jerarquizado, el otro un nirvana unitario. Pero tienen también en común, en sus fórmulas de purificación, una propuesta de una forma de vida ética. Aferrarse al interés material es aferrarse a apetitos que cambian, que son efímeros, y por tanto nos apartan del verdadero ser. Considerar el universo en su conjunto, sin embargo, es sólo potestad del alma; el cuerpo siempre estará ligado a un aquí y ahora, atrapado en el velo de Maya.
Sin embargo el filósofo, pese a ser retradado señalando a las alturas (famoso cuadro de La escuela de Atenas, de Rafael Sancio), sigue mirando a este mundo. En su mito de la caverna describe ese ascenso del filósofo, que consigue romper las cadenas (materiales, sensibles) y asciende al mundo de las ideas, donde todo es real, pero definido y perfilado. Sin embargo, y aquí es donde encontramos la gran diferencia: para Platón, el filósofo debe volver a la caverna. No vale con huir de este mundo y sus reencarnaciones: aquí hay algo que hacer.
¿Pero por qué ha de volver el filósofo a la caverna? ¿No es tarea de cada cual librarse de sus ligaduras? ¿Es acaso posible librar a aquél que no quiere verlas o que no quiere romperlas? El mismo Platón reconoce que, cuando el filósofo se encuentra de nuevo en la caverna con sus compañeros encadenados, al explicarles el mundo real, éstos, si pudieran, le hubieran matado. Y aún así, Platón le ha hecho volver, y por el resto de su filosofía y su empeño en un programa político, es obvio que no intenta aleccionar sobre la negatividad de tal vuelta, sino que, al contrario, es un paso necesario del mito, tal vez su meta.
Buda pretende escapar a la rueda del destino, a este velo de Maya que es el espacio-tiempo en que vivimos. Platón también pretende ascender, pero desde lo alto sigue mirando abajo. Esa mirada se me aparece nostálgica, amorosa. La meta que plantea Buda es la huída del dolor. ¿Cuál es la que plantea Platón? Hay también un interés del alma individual, pero en Platón hay algo más...
¿Pero por qué ha de volver el filósofo a la caverna? ¿No es tarea de cada cual librarse de sus ligaduras? ¿Es acaso posible librar a aquél que no quiere verlas o que no quiere romperlas? El mismo Platón reconoce que, cuando el filósofo se encuentra de nuevo en la caverna con sus compañeros encadenados, al explicarles el mundo real, éstos, si pudieran, le hubieran matado. Y aún así, Platón le ha hecho volver, y por el resto de su filosofía y su empeño en un programa político, es obvio que no intenta aleccionar sobre la negatividad de tal vuelta, sino que, al contrario, es un paso necesario del mito, tal vez su meta.
Buda pretende escapar a la rueda del destino, a este velo de Maya que es el espacio-tiempo en que vivimos. Platón también pretende ascender, pero desde lo alto sigue mirando abajo. Esa mirada se me aparece nostálgica, amorosa. La meta que plantea Buda es la huída del dolor. ¿Cuál es la que plantea Platón? Hay también un interés del alma individual, pero en Platón hay algo más...
El más idealista de nuestros filósofos, el que con su nombre adjetivó los ideales que trascienden ilusoriamente la realidad, lo "platónico", sigue sin embargo mirando a este mundo, en el cual quisiera imprimir esos ideales de justicia, belleza y armonía verdaderas. Que quizá no existan (muy seguramente no existan con la estaticidad con que las concebía él), pero es aquí donde el filósofo debe imprimirlas. El filósofo, el amante de la verdad, debe comprometerse con el mundo. Pese a que intenta justificar su sentido duplicando otro, pese a la denuncia de Aristóteles del rapto de sentido a este mundo que genera esa duplicación, Platón lo sigue mirando como una meta. No la meta del hombre individual, sino del hombre en su conjunto.
Qué puedo decir al respecto. Quizá exista ese otro mundo de los iluminados, no lo sé. Si hay un mundo ideal, ajeno al dolor y de eterna y pura felicidad, yo también querría alcanzarlo, por supuesto. Pero, de momento, sí sé que estamos en éste, y algo en mí se resiste a dirigir todo el sentido de mi vida sólo al otro, aun asumiendo que exista.
Sí, me siento más afín con el espíritu de Platón que con el Budismo. Aunque no sepa qué, yo también pienso que aquí hay algo que hacer.