El nombre de Dios en vano
Zanjado el tema en el s. XVIII, he aquí el resumen de las pruebas sobre la
existencia de Dios:
Todos los caminos que se han propuesto a este
respecto comienzan, o bien por la experiencia determinada y por la peculiar
condición de nuestro mundo sensible, que conocemos a través de tal experiencia,
y se elevan desde ella, conforme a las leyes de la causalidad, hasta la causa
suprema fuera del mundo; o bien se basan simplemente en una experiencia
indeterminada, es decir, en la experiencia
de alguna existencia; o bien, finalmente, prescinden de toda experiencia
e infieren, completamente a priori,
partiendo de simples conceptos, la existencia de una causa suprema. La primera
demostración es la físico-teológica, la segunda la cosmológica y la tercera, la
ontológica. No hay ni puede haber más pruebas.
Demostraré que la razón no consigue ningún
resultado positivo ni por un camino (el empírico) ni por el otro (el
trascendental)...
Kant: Crítica
de la razón pura. El ideal de la razón pura (A 590-1 / B 618-9).
¿Con qué intención se intenta
imponer la creencia en Dios? Que nadie se lleve a engaño: no hay detrás intención
salvífica, ni “educación en valores”. El poder de dominar conciencias es en
gran medida el poder más peligroso de todos.
Razonemos lo más simple:
¿necesita Dios de nosotros para hacer conversos? ¿Qué clase de Dios impotente
proclaman quienes así lo creen? Los fanáticos ingenuos (los comparsas de los
manipuladores) actúan con el mayor egoísmo: creen que Dios les premiará. Poco
altruismo y poco amor hay hacia quienes son condenados y humillados por ellos.
Hagamos un inciso, antes de que
mentes malévolas intenten tergiversar lo expuesto: Kant era un profundo
creyente. Pero como buen ilustrado y como gran admirador y respetuoso de la
conciencia moral, no intentó engañar a nadie. Es quizá el más claro exponente y
precursor de la libertad de conciencia: una conciencia que, creyéndola
objetiva, la defendía necesariamente libre para ser verdadera.
Los que intentan imponer su fe
insultan la más elemental inteligencia de los que dedicaron la suya realmente a
convencer y a consolar con lo que creían cierto. Lean a Tomás de Aquino (Santo
Tomás), en su defensa de que la ley de Dios se expresa en la propia razón
moral.
Se puede creer en Dios o creer
que el hombre está solo ante su conciencia, en su tarea de dar sentido al mundo
y a su vida. En uno y otro caso, la respuesta a la tarea moral es la misma:
respetar al prójimo en su ser y en su dignidad.
La publicación oficial del BOE de
ese adoctrinamiento sobre la existencia de Dios
ha sido objeto de mofa, pero más importa que lo haya sido también de
indignación, en la medida en que impone, sin justificación racional, un dogma
como verdad establecida e incuestionable. Se impone la idea de Dios. Pero la indignación sola no basta ni mueve,
si no se acompaña de razón. Mutilar la libre conciencia de los hombres es la
mayor iniquidad y, en cuanto tal, el peor de los pecados.
Educar, edificar personas, es
darles el poder de construirse y descubrirse a sí mismos, y al mundo, desde su
racionalidad. Somos un ser por hacer, pero a través de lo que nos define: el
logos, eso que la misma Biblia dice que dio Dios al hombre a diferencia de los
otros animales. He ahí la verdadera barbarie: destruir el desarrollo del ser
humano, matar su capacidad de construirse a sí mismo y adueñarse de su
conciencia.
La cruzada contra la barbarie
está en manos de todos, y todos cuantos imponen sus dogmas, en la tan estúpida
como mezquina creencia de que Dios ha de premiarles por actuar contra el resto
de sus semejantes, son los verdaderos enemigos de la humanidad, y de lo que se
ha intentado transmitir a lo largo de toda la historia de las religiones con la
idea de Dios: el amor al prójimo y la acción desde la propia conciencia, que
encierra en sí la inquietud de justicia.
Que cada cual asuma su
responsabilidad: buscar la justicia y hacer cuanto se pueda por la propia
felicidad y por la ajena, ya sea como humanos que somos o como criaturas de
Dios, creadas con el mismo fin. Esa es la tarea digna de premio, y si hay Dios
o no para premiarla de hecho habremos necesariamente de saberlo todos en su
momento.
¿Qué podemos decir de la
felicidad, meta de toda vida, que se secuestra a modo de chantaje en esa
imposición de dogmas? Dejemos que cada cual juzgue y busque en qué consiste la
suya, porque es tarea propia edificarse a sí mismo y alcanzar la realización de
nuestra naturaleza. Contra la soberbia de poder –un poder muy terreno, el de
dominar conciencias-, piensa en esto:
Entonces si
nuestro pensamiento tiene algo divino lo que este proyecte en la vida también
lo tendrá. Aquí no vamos a seguir la opinión de algunos que dicen que siendo
hombres sólo debemos pensar humanamente y ocuparnos de los asuntos de los
mortales y, en la medida de lo posible, tratar de inmortalizarnos haciendo el
esfuerzo de vivir activamente con lo más excelso que tenemos. Todo esto, aun
cuando sea ínfimo, sobrepasa a lo demás en poder y dignidad y, justamente, todo
hombre es sobre todo esto último, de modo que, si esta es la parte que
predomina en el ser humano o la mejor, sería absurdo que un hombre no elija su
propia vida antes que la de otro. Por eso, lo que ya dijimos antes cabe aquí también.
Lo que es inherente a uno mismo es lo peculiar de cada uno y es a lo mejor de
esto a lo que se orienta lo óptimo de nuestra naturaleza que es, asimismo, lo
más agradable. Por eso para el hombre será feliz su vida si se conforma a su
pensamiento, y si este se ajusta a lo óptimo, porque esa es la vida feliz.
Ética a Nicómaco, Libro II, 340-357.
Y a ese mezquino
creyente de fe contra otros, a ese necio usurpador de Dios: recuerda que entre
los mandamientos está el de no utilizar el nombre de Dios en vano.