martes, 31 de agosto de 2010

Las reglas de la lengua, ¿con ciencia o con paciencia?

Una de mis pasiones es conocer el origen etimológico de las palabras. ¡Nos dice tanto sobre el modo en que el ser humano fragua el lenguaje, su significado! Cuándo se puso nombre por primera vez a una intuición, un concepto moral, un sentimiento... Pero no voy ahora a hacer una apología de tan noble rama del saber. Hablemos de otra utilidad: la ortografía.
  La ortografía es uno de los huesos de la expresión cultural, como bien saben muchos estudiantes. Como bien he sabido yo misma, que a pesar de haber sido una lectora voraz desde pequeña se ve que mi memoria visual es en exceso imprecisa... Siempre he pensado que todo se aprende mejor con lógica, y la etimología es el aspecto más lógico que se me ocurre  de la ortografía. Pero la lengua no es matemática pura. Gregorio Salvador comparaba su evolución con esquejes que tomamos de distintas lenguas que, una vez insertados, generan nuevos significados. Y es verdad que, como producto de seres vivos, evoluciona de un modo similar; la "selección natural" del uso hace en ella su trabajo. Por eso, la herramienta más cercana a la lógica para comprender la lengua es la etimología, mezcla de leyes lógicas y evolución.
Para aclarar las razones de esta disertación, he aquí el que fue motivo de una entretenida conversación: el desconcierto ante las palabras que empiezan por trans- y por tras-. Mi teoría era que, las que se admitan como tras-, tienen que estar también admitidas como trans-, el original latino. Al aplicar los eruditos la ley del "mocosuena", se puede admitir tras-. Ahora observemos las siguientes palabras:
Transporte - Trasporte
Transplante - Trasplante
Transbordo - Trasbordo

Pues he de reconocer que, en una al menos, me equivoqué. De hecho hasta me fui al diccionario de latín para ver si existía otra preposición tras-, distinta a trans-. El sentido en las tres me parece que es tan claramente el de de un lado a otro, más allá...

Confieso que no entendía el porqué de la excepción. Pero a veces nuestros sesudos académicos, que tanto hacen por el correcto decir y escribir, se encuentran con criterios enfrentados para determinar cómo se debe escribir una palabra. ¿hay que atenerse a la huella del origen etimológico? ¿Debe tenerse más en cuenta la fidelidad fonética? ¿En qué medida el uso hace ley o va en contra de la lengua?
Yo siempre he sido una gran defensora de la psicología frente a la sicología. Más que nada, por distinguir el discurso sobre el alma del discurso sobre los higos. Tampoco he entendido nunca por qué hay que influenciar, pudiendo tan ricamente influir (ya sé que existe "influencia", pero si seguimos jugando del sustantivo al verbo y del verbo al sustantivo, vamos a acabar "influencienciando").

Noble y ardua tarea tienen nuestros lingüistas para encontrar criterios que den una adecuada forma y perfil a esas cristalizaciones de la realidad efímera a las que llamamos palabras.
Recuerdo que hace mucho una alumna -jovencita ella, claro- se imaginaba a esos nobles eruditos de la RAE divagando apaciblemente, entre algún que otro bostezo y siestecilla, sobre los usos de antaño y hogaño, el noble origen griego o latino de prefijos, sufijos e infijos. Es posible que haya algo de esto; pero yo no puedo evitar imaginarme de otro modo a dos de las más recientes adquisiciones de tan noble institución a los que es inevitable asociar: Javier Marías y Pérez Reverte.



Sin ánimo de ofender. Pero me hace gracia imaginarlos gruñones, criticones y combativos, defendiendo el origen y grafías precisos de palabras como "oxoniense" (que al traducirse, oh, perderán su imagen autóctona de oxonians para adquirir la subjetiva mirada de un observador español), la grafía adecuada de bemeúves y güisquis o el exacto sentido y distinción de tordas y lumis.
En fin, aunque nunca he presenciado una sesión de la RAE, confieso que me apetecería porque me la imagino más divertida y dinámica de lo que a priori pudiera parecer.

Por cierto, que sepáis que trasplantar viene de tras- y plantar.

domingo, 29 de agosto de 2010

Mineros de Chile

¿DÓNDE BUSCAMOS HÉROES?

De todas las noticias que me he encontrado a la vuelta la que más me ha conmocionado ha sido la de esos mineros chilenos atrapados bajo tierra. Me enteré a la vez del estallido de alegría de haberlos encontrado vivos y la aterradora respuesta de que no se les podría rescatar en meses. Es imposible que no te asalten un torbellino de emociones: qué desesperación y horror sentirían esos dieciocho días hasta ser descubiertos, qué irían sintiendo cuando ven que no se les saca aún, todos los paralelos emocionales de sus familiares y amigos...Casi a diario busco información en periódicos nacionales y extranjeros a través de internet.


Treintaitrés hombres atrapados bajo la tierra. Vivos; en la oscuridad. Te asalta una sensación brutal de angustia y ceguera; agonía y desesperanza. Ninguna ficción, película o novela, hubiera extraido del corazón la vertiginosa inquietud ante una tragedia que de algún modo se nos presenta distinta a cualquier otra. Porque la alegría y la esperanza de encontrarlos vivos se fusiona con la desazón de un cautiverio prolongado a 700 m bajo tierra.
Piensas en esos dieciocho primeros días de incertidumbre y horror. En la sobreexcitada emoción de sentirse hallados, la suplicante necesidad de ayuda, de amparo, y la impotencia de quienes, sintiendo lo que habrán sentido ellos esos días, saben que tienen que pedirles que aguanten tres o cuatro meses más. Y al sentir el peso abrumador de este océano de sensaciones, multiplico su peso por infinito al pensar en el corazón de sus seres queridos, de los seres que les quieren, y el peso es insoportable.
Qué pequeña te sientes cuando les ves en su video, tan fuertes y tan tiernos, habiéndose organizado con tan pocos recursos y tanta inteligencia, presentando su imagen más esperanzadora para tranquilizar a los suyos. Por el bien de los suyos. Por amor.
¿Dónde buscamos héroes? ¿En los fuertes, los poderosos, los que dominan y controlan las circunstancias? ¿En los que saben mantener la sangre fría en las situaciones desesperadas? Si cualquiera de las personas que se nos vengan a la cabeza como ejemplos de heroicidad hubieran llevado a cabo sus acciones por sí mismos, por mera supervivencia, no los veríamos como tales. Serían admirables en su fortaleza o su inteligencia, pero no los llamaríamos héroes. Llamamos héroes a los que se arriesgan con un sentimiento de altruísmo, de amor al prójimo. Cuando es el amor el que nos impulsa a superar situaciones brutales, no sólo a luchar contra la angustia y el dolor de los demás sino también a sobreponerse a las angustias propias, como las que imaginamos que han vivido y siguen viviendo, es cuando sentimos la nobleza y la altura que el corazón humano puede llegar a tener. Algunos corazones quizá. Es ahí donde están los verdaderos héroes.
Quién no se ha ido preguntando, según se daban noticias, dónde está la comunidad internacional, por qué no se envían todos los adelantos disponibles (después se ve que sí se está haciendo), cómo ayudarles a no desesperar... Y encuentras noticias de gente volcada a ello: un artículo de Brian Keenan, que estuvo cautivo en Beirut durante más de cuatro años, contando sus experiencias para sobrevivir; expertos de la NASA que viajarán para aportar su experiencia de supervivencia en el espacio, en condiciones similares; un astronauta japonés que ha fotografiado desde el espacio la zona por si puede ayudar...
La vida de estos hombres vale ahora para nosotros más que la de dirigentes de cualquier tipo que dominen grandes áreas de poder. No es que quiera decir que unas vidas valgan más que otras, y menos por razón de poder o clase social; pero lo que representa ahora para todos que estos hombres, en su sencillez y ternura, salgan vivos y se abracen con los suyos, se nos representa el triunfo de lo que es el verdadero y oculto sentido de la vida. 
Las últimas noticias hablan de un plan B que parece cada vez más viable y que podría sacarles en menos tiempo (al menos unos dos meses antes de lo previsto). Intentan algo así como agrandar el tubo de comunicación ya existente; lo ha ofrecido una empresa australiana. Ojalá pronto oigamos que, por fin, ha salido todo bien. Como ellos mismos decían, larga vida a Chile y larga vida a los mineros.

domingo, 22 de agosto de 2010

Vacaciones

VACACIONES 2010


Binibequer, Menorca
Cambiar el paisaje exterior ayuda un poco a cambiar el paisaje interior. Sobre todo si ese paisaje nos transforma la rutina diaria. No más encender el ordenador, revisar tareas por hacer, ver los mismos programas, descansar en el mismo sofá, o la misma cama, a las mismas horas... que cambiamos por: qué vamos a hacer hoy, qué autobús hay que coger, llevo la crema protectora, la cámara, dónde cenamos... En gran medida somos lo que pensamos, pero qué duda cabe que las impresiones del exterior se introducen en nuestra mente y ayudan a reconducir nuestros pensamientos y, en gran medida, nuestras acciones. Y buscando nuevas impresiones cambiamos nuestras acciones, obligándonos a pensar en otras cosas.

 Pero, dejando al margen el cambio de rutinas, revisando las fotos me ha dado por meditar sobre otros aspectos: cómo afectan esos paisajes a las emociones. Lo primero que me viene a la mente es la LUZ. Prescindiendo de la actividad, la compañía o las apetencias de cada momento, en un mero instante contemplativo, el estar inmerso en una luz u otra filtra, matiza y tornasola nuestro estado de ánimo. La intensa luz mediterránea traspasando unas aguas turquesas, explotando contra una sucesión ininterrumpida de paredes blancas, genera una sensación de efervescencia vital y apabulla el ánimo de forma muy distinta a la de un atardecer atlántico, donde la luz se repliega para que hable un mar poderoso, un horizonte más profundo y lejano que involuntariamente hace aflorar un horizonte interior más íntimo.



Romanticismos y reflexiones aparte, qué duda cabe que también se disfruta en gran medida esa ampliación del paisaje humano, reencontrando viejos amigos o también haciendo otros...


Esto es una pequeña broma, pero quién me iba a decir que me encontraría así de grandes a esos geniales compañeros de mi infancia.

Luces y paisajes, paisajes naturales y humanos, incrementando el contraste y la variedad de ese álbum interior de recuerdos que más tarde afloran a capricho, pero que aun ocultos en los rincones más recónditos de nuestro cerebro, han dejado una huella de impresiones o de ideas, en el sentido más griego de la palabra.

Y hablando de impresiones, aún hice otras asociaciones relacionadas con la luz:

Big Ben y Torre de Hércules


El sol creando luz y creando sombra en una torre. ¿No son bonitas?



jueves, 19 de agosto de 2010

Una de chistes

Hola de nuevo a todos. Otra vez en Madrid. Como no tengo muchas ganas de pensar en nuevas entradas, os dejo con esta del siempre genial Forges (tomado de ELPAÍS). A mí me ha hecho mucha gracia.

domingo, 1 de agosto de 2010

LA EMOCIÓN DE DESCUBRIR COSAS

Decía Aristóteles que todo hombre, por naturaleza, desea conocer. Sin embargo existe cierta tendencia a que, con el tiempo, nos anquilosemos, perdamos la ilusión y caigamos en la poltrona de la cotidianeidad y de lo ya aprendido. Si consiguiéramos retrotraernos a nuestra más tierna infancia (olvidando la alergia a aprender que se nos desarrolla en el colegio), ¿cuál sería el primer recuerdo de la ilusión ante un descubrimiento? ¿Alguien se acuerda de emocionarse viendo que las cosas caen? ¿O al abrir los cajones de mamá o papá? ¿O al enterarse de lo grande que es la Luna?... ¿Cuáles han sido nuestros descubrimientos más emocionantes, en cualquier edad? Yo me acuerdo, por ejemplo, de cuando descubrí que era española: corría de mi habitación al cuarto donde estaban mis padres preguntando cómo se decía mesa en todos los idiomas que se me ocurrían (sospecho que muchas respuestas se las inventaban)... Hasta que pregunté cómo se decía en español. Creo que tenía tres o cuatro años. Claro que, con una edad vergonzosamente adulta, recuerdo también cierta emoción ingenua al descubrir lo cerca que estaba de la Puerta del Sol cuando salía por ciertos bares en torno a Santa Ana...
Por supuesto, tengo recuerdos de descubrimientos más intelectuales, más sublimes... Pero no vamos a aburrirnos con eso. Deleitémonos al observar la emoción de otros seres al descubrir cosas que nosotros ya conocemos. Unos seres que, por cierto, también forman parte de mis recuerdos.