miércoles, 18 de enero de 2012

Sobre el libre albedrío

     El concepto de libre albedrío fue creado en el seno de la filosofía cristiana medieval para hacer referencia a la capacidad de elección del ser humano. Se distinguía así la libertad de elegir entre el bien y el mal (imprescindible para justificar el pecado y atribuir así el mal al hombre y no a Dios) y la libertad en cuanto estado de gracia, de liberación de todo pecado, estado que Dios concede a quienes finalmente han conseguido no sucumbir a las pasiones.
     Hago esta pequeña aclaración cultural para disfrutar mejor del humor de esta imponderable película de J. L. Cuerda, Amanece que no es poco. Aquí os dejo con esta suculenta conversación sobre el libre albedrío, que da mucho de sí.


domingo, 15 de enero de 2012

Risoterapia filosófica

     ¿Te abruma la densidad de las meditaciones metafísicas? ¿Te apabullas ante la solemnidad de la Historia del Pensamiento? ¿Te anonadas ante la magnitud del ser y el problema del conocimiento? Pues crécete con la mejor vitamina para el espíritu: ríete un poco de todos y de ti mismo. Desmitifica a los grandes autores y espónjate en el mullido sillón de la ignorancia de la humanidad entera. Al fin y al cabo, ninguno sabemos nada.

    Aquí os dejo unas pequeñas capsulitas vitamínicas para tomarnos la filosofía con humor.


Monty Python



The Philosopher's Song (Monty Python)


Immanuel Kant was a real pissant
Who was very rarely stable.
Heidegger, Heidegger was a boozy beggar
Who could think you under the table.
David Hume could out-consume
Wilhelm Freidrich Hegel,
And Wittgenstein was a beery swine
Who was just as schloshed as Schlegel.
There's nothing Nietzsche couldn't teach ya
'Bout the raising of the wrist.
SOCRATES, HIMSELF, WAS PERMANENTLY PISSED...
John Stuart Mill, of his own free will,
On half a pint of shandy was particularly ill.
Plato, they say, could stick it away;
Half a crate of whiskey every day.
Aristotle, Aristotle was a bugger for the bottle,
Hobbes was fond of his dram,
And Rene Descartes was a drunken fart: "I drink, therefore I am"
Yes, Socrates, himself, is particularly missed;
A lovely little thinker but a bugger when he's pissed!

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sábado, 14 de enero de 2012

Corrección del texto de Prigogine



COMENTARIO DE TEXTO
La cuestión del tiempo y el determinismo no se limita a las ciencias: está en el centro del pensamiento occidental desde el origen de lo que denominamos racionalidad y que situamos en la época presocrática. ¿Cómo concebir la creatividad humana o cómo pensar la ética en un mundo determinista? La interrogante traduce una tensión profunda en el seno de nuestra tradición, la que a la vez pretende promover un saber objetivo y afirmar el ideal humanista de responsabilidad y libertad. Democracia y ciencia moderna son ambas herederas de la misma historia, pero esa historia llevaría a una concepción determinista de la naturaleza cuando la democracia encarna el ideal de sociedad libre. Considerarnos extraños a la naturaleza involucra un dualismo ajeno a la aventura de las ciencias y a la pasión de inteligibilidad propia del mundo occidental. Según Richard Tarnas, esa pasión es “reencontrar la unidad con las raíces del propio ser”. Hoy creemos estar en un punto crucial de esa aventura, en el punto de partida de una nueva racionalidad que ya no identifica ciencia y certidumbre, probabilidad e ignorancia.
Ilya Prigogine: El fin de las certidumbres. Ed. Taurus.


1. Señala las ideas fundamentales de este texto y relación existente entre ellas.

     El autor comienza situando la cuestión del tiempo y el determinismo como el epicentro de una brecha profunda en el seno de nuestra tradición, que estaría basada en dos pilares o logros fundamentales que se enraízan ambos en los tiempos de los presocráticos: la democracia y la ciencia moderna.

     La tensión radica en el siguiente dilema: la democracia se asienta sobre los ideales de la libertad -con la consiguiente responsabilidad-, mientras que la ciencia parte del supuesto contrario, el determinismo, es decir: la creencia de que la naturaleza funciona según una reglas y patrones rigurosos, negando por tanto toda libertad y creatividad (podríamos decir, todo azar) en el funcionamiento de la naturaleza, y siendo este presupuesto la condición de su objetividad y eficacia. Por un lado, para afirmar la creatividad humana, su moral o concebir el Estado como aquél donde cada ser humano pueda ejercer su libertad de pensamiento y acción (ideal democrático), es preciso concebir al ser humano como libre. Por otro lado, para que afirmar la validez y eficacia de la ciencia, es preciso concebir que la naturaleza funciona siempre del mismo modo, es decir: según leyes, que es lo que la hace predecible.

     Esto división en nuestros pilares culturales implica a su vez otra en la concepción del mundo: hasta ahora se ha asignado, pues, la libertad al ser humano y el determinismo (su opuesto) a la naturaleza. Pero, se plantea aquí el autor, ¿es lícita tal dicotomía, asignar al ser humano una cualidad que se niega por completo en la naturaleza? Eso impone una contraposición entre el ser humano (como sujeto que conoce y como sujeto que actúa) y el mundo en que vive (como objeto conocido o a conocer). Pero este dualismo es ajeno a la “pasión de inteligibilidad” (la necesidad que sentimos de creer que el mundo es inteligible o comprensible para nosotros, dado que intentamos conocerlo) de nuestra cultura occidental. Quiere esto decir que el “ser” no puede ser concebido (nos resistimos a ello) desde este dualismo.

     La superación del tal dicotomía es lo que la ciencia contemporánea parece poder plantear, según sostiene el autor. Los nuevos planteamientos científicos parecen abrir las puertas para concebir de nuevo el ser bajo una unidad que abarque ambos aspectos o que supere uno de ellos. A esto se refiere cuando afirma que la nueva comprensión de la ciencia nos sitúa en el punto de partida de una nueva racionalidad: los descubrimientos sobre el comportamiento de las partículas subatómicas, que traspasan los límites del determinismo, o de la naturaleza de la información en genética, permiten plantear una nueva concepción del ser (ontología) y del conocimiento de ese ser, entendiendo al ser humano como parte del mismo.

martes, 10 de enero de 2012

DANZA DE LAS ESFERAS



Matemáticas y belleza. ¿Qué diría Pitágoras de esto? En algo tan pequeño y simple, ¿No parece que se nos manifiesta la armonía del universo?

lunes, 2 de enero de 2012

Sobre la celebración de la Navidad

   
      No está mal de vez en cuando revisar las opiniones sociales; no solo las que uno mismo elabora desde su individualidad de ser imperfectamente racional; no solo las opiniones sedudas y doctas de los eruditos, que puedan aclararnos matices culturales y lingüísticos que no conocíamos. Sino las que circulan de forma generalizada, ésas que genera nuestro ser social, que asimilamos sin más, optando por una u otra y a veces sufriendo en nuestro corazón porque no podemos responder dialécticamente a ellas. Con toda esta perorata intento reflexionar, simplemente, sobre las opiniones que inspira la Navidad.
     Parece que la Navidad, más o menos, la celebramos todos. Sin embargo, las opiniones generales al respecto se dividen, grosso modo, en dos tipos: quienes las odian o denostan y quienes las aman. 
     Los que están en contra parecen dividirse en dos tendencias: los que se ponen tristes porque sienten más la ausencia de seres queridos, y los que  la critican porque sostienen que es una estrategia puramente comercial.
     Entre los que la defienden, están los que, sin más y tímidamente, declaran como disculpándose que "a mí me gustan", generalmente con argumentos como "me gusta ver las luces de las calles", o cosas así. Y están también quienes se aferran a su declaración de creyentes, citan la Biblia y creen celebrar realmente el nacimiento de alguien, alguien sin embargo ajeno, al que llaman Dios.
     Yo misma me entretengo como una tonta en hacer christmas virtuales, buscando luces, estrellas, imágenes que inspiren belleza, esperanza e ilusión (con más o menos fortuna, desde mi precariedad de aficionada). Consciente de que siento algo, y de que ese algo me gusta, he buscado desde antaño esa justificación racional a mi ilusión, buscando en los símbolos que la humanidad crea: el solsticio de invierno, símbolo de renacer; el Sol invicto, asociado a religiones primitivas, anteriores al Cristianismo... Pero todo eso no me da razón de esa extraña alegría bobalicona a la que llamamos "el espíritu de la Navidad". Creo que detrás de la Navidad hay una actitud emocional. Hay algo más que la celebración de que nace un Dios (o de que nace Dios); se refiere a lo que ese Dios simboliza. Y quizá no sea algo exterior a nosotros, sino simplemente (y no es poco) la certeza interior de que somos capaces de amar. Por alguna razón, el egoísmo y el interés están en sí mismos racionalmente justificados: entendemos la necesidad de preservar la propia subsistencia. Pero es difícil explicar la capacidad de sacrificarse por otros; de necesitar su felicidad para sentir la nuestra. Por eso, quizá, también nos sentimos tristes: porque aflora esa capacidad de amar que acentúa la ausencia de algunos de sus objetivos más valiosos, y no podemos estar seguros de su felicidad ni sentimos que podamos hacer ya nada por ella.
      Nos gusta ver en nuestro entorno luz, esperanza, alegría, inocencia. Ese entorno es lo que no somos nosotros, pero refleja la realización de algo que llevamos en nuestro interior. Nos gusta ver que la gente es capaz de amar, porque nosotros mismos llevamos esa capacidad en nuestro interior. Es una capacidad que no se explica intentando extender el egoísmo del sujeto individual al sujeto grupal; nos gusta sentir que el mundo entero es feliz, no sólo nuestro grupo (sea el que sea: mi familia, mi país...). Es obvio que el sentimiento grupal también existe, pero su existencia no es suficiente para explicar la capacidad de amor universal. Y en esa capacidad, sin que podamos explicar cómo, radica el más intenso sentimiento de verdadera felicidad. Y pobre de aquél que no la sienta.
     Y aunque dije que no buscaría, en principio, opiniones de eruditos, no puedo dejar de incluir una que no intenta ilustrar racional y culturalmente el significado unos ritos, sino que da razón de unos sentimientos más profundos. Me ha encantado esta versión de Umberto Eco de esta celebración no sólo por lo inteligente, sino por lo certera y lo profunda. Ahí la dejo.
Umberto Eco: ¿En qué creen los que no creen?


Intente, Carlo María Martini [el cardenal jesuíta a quien se dirigía], por el bien de la discusión y del parangón en el que cree, aceptar aunque no sea más que por un instante la hipótesis de que Dios no existe, de que el hombre aparece sobre la Tierra por un error de una torpe casualidad, no sólo entregado a su condición de mortal, sino condenado a ser consciente de ello y a ser, por lo tanto, imperfectísimo entre todos los animales. Este hombre, para hallar el coraje de aguardar la muerte, se convertiría necesariamente en un animal religioso y aspiraría a elaborar narraciones capaces de proporcionarle una explicación y un modelo, una imagen ejemplar. Y entre las muchas que es capaz de imaginar, algunas fulgurantes, algunas terribles, otras patéticamente consoladoras, al llegar a la plenitud de los tiempos tiene un determinado momento la fuerza, religiosa, moral y poética, de concebir el modelo de Cristo, del amor universal, del perdón de los enemigos, de la vida ofrecida en holocausto para la salvación de los demás. Si yo fuera un viajero proveniente de lejanas galaxias y me topara con una especie que ha sido capaz de proponerse tal modelo, admiraría subyugado tamaña energía teogónica y consideraría a esta especie miserable e infame, que tantos errores ha cometido, redimida sólo por el hecho de haber sido capaz de desear y creer que todo eso fuera la Verdad.


Abandone ahora si lo desea la hipótesis y déjela a otros, pero admita que aunque Cristo no fuera más que el sujeto de una gran leyenda, el hecho de que esta leyenda haya podido ser imaginada y querida por estos bípedos sin plumas que sólo saben que nada saben, sería tan milagroso (milagrosamente misterioso) como el hecho de que el hijo de un Dios real fuera verdaderamente encarnado. Este misterio natural y terreno no cesaría de turbar y hacer mejor el corazón de quien no cree.


De modo que propongo que, sea cuál sea tu credo, celebres y tengas una ¡¡¡feliz Navidad!!!