miércoles, 4 de noviembre de 2020
Comentario: sobre la naturaleza de la virtud
Pero no alcanza con decir sólo que
la virtud es un hábito, sino que hace falta decir cómo es ella.
Ante todo, hay que decir que la virtud perfecciona la buena disposición de
la que procede y con arreglo a la cual produce su propia obra; así como por
la eficacia de los ojos vemos bien, del mismo modo que la agilidad del caballo
lo convierte en apto para correr, para sostener al jinete y resistir al
guerrero. Si esto es así, entonces la virtud del hombre estará constituida por
aquellos buenos hábitos humanos conforme a los cuales se hacen bien las obras
que son apropiadas.
Aristóteles: Ética a Nicómaco,
1106a
En este texto Aristóteles está
indagando sobre la naturaleza de la virtud humana, intentando perfilar su
definición.
Parte de haber mostrado que, de
todas las potencias del alma, la virtud consiste en un hábito, dado que no se
da por naturaleza, pero tampoco contra naturaleza, sino que se puede adquirir.
Pero en el modo en que se adquiere difiere de las platónicos, defensores del
intelectualismo moral, que sostiene que conocer el bien implica obrar bien. El
mero conocimiento del bien no basta, según Aristóteles, para actuar de la forma
correcta; el ser humano es activo, y a la acción nos tenemos que habituar con
la práctica.
Pero no basta, aclara aquí, con
decir que es un hábito, sino que habrá que especificar qué tipo de hábito o
cómo se adquiere. Entendemos por “virtud” aquello que “perfecciona la buena
disposición de que procede”. Hay que precisar que el concepto que Aristóteles
está manejando es el designado por el término griego de “areté”, que significa
en realidad excelencia o perfección de cualquier cualidad o acción. Por
disposiciones entiende tendencias naturales; cada persona tiene un carácter,
unas pasiones; no se puede definir la virtud en términos universales, puesto
que se aplica a una naturaleza concreta, que tenderá al defecto o al exceso. La
virtud consistiría en corregir esa tendencia que se aleje del justo término
medio. La ética de Aristóteles, por tanto, es una ética contextual: no da
pautas universales, sino que define según el ente -aquí el ser humano concreto-
sobre el que se analice la virtud. Esto no significa subjetividad: su ética es
también objetiva, porque para cada persona en cada circunstancia hay una
perfección específica real.
¿Con respecto a qué se dice que
se perfecciona cualquier disposición? De nuevo, partiendo de entender al ser
humano -en realidad, toda la naturaleza- como ser activo, se definirá por la
actividad que le sea específica. Para explicarlo ilustra con ejemplos (el ojo o
el caballo) lo que pueda ser un buen ojo (tener buena vista) o un buen caballo,
y esto lo define según su función. Queda entonces definir cuál es la función
específica del ser humano. Es aquí donde concluye que “la virtud del hombre
estará constituida por aquellos buenos hábitos humanos conforme a los cuales se
hacen bien las obras que son apropiadas”. Es decir, los hábitos conforme a los
cuales se hacen bien -de forma excelente- las acciones u obras, como las llama
aquí. Pero no cualquier acción sino, al igual que la virtud el ojo es ver bien
y la del caballo correr, sostener al jinete y resistir al guerrero, pues esas
son sus funciones respectivas, las acciones que respondan a la función
específica del ser humano. Ahí sabemos que Aristóteles define al hombre como
animal racional y animal social. Esa virtud, pues, consistirá en realizar su
logos (razón, palabra), pues es lo que le hace específicamente humano, a través
de la vida contemplativa, y en ser modelos de buen ciudadano.
martes, 27 de octubre de 2020
Comentario de Aristóteles: sobre la felicidad
LA FELICIDAD A PARTIR DE LA VIDA CONTEMPLATIVA
Ahora bien, si la felicidad es una
actividad con arreglo a la virtud es razonable que lo sea con arreglo a
lo más excelente porque esa es la parte mejor del ser humano. Sea pues el
intelecto o cualquier otro rasgo lo que por naturaleza parece mandar o dirigir
lo mismo que poseer el conocimiento de lo más noble y divino, siendo
esto lo más divino como tal o, al menos, lo más divino de nosotros, su
actividad con respecto a su excelencia será entonces la felicidad perfecta. Esta
es, por otra parte, una actividad estrictamente contemplativa, como ya
hemos dicho.
Aristóteles:
Ética a Nicómaco, II
La ética aristotélica trata del
fin de la acción, que es la felicidad. Por ello se define como eudemonismo, y
se califica como teleológica. Define la felicidad como realización de la propia
naturaleza. En cuanto el ser humano actúa buscando la felicidad, lo que más le
realice será aquello que mejor define su naturaleza.
Comienza definiendo la felicidad
como una actividad con arreglo a la virtud. Con “virtud” traducimos areté, que significa excelencia o
perfección de cualquier cualidad o actividad. La felicidad sería, por tanto, la
suma de todas las virtudes, es decir alcanzar la perfección o plena realización
en todas nuestras cualidades. Dado que la felicidad es realización de nuestra
naturaleza, la virtud más noble será aquélla más específicamente humana.
De todas las actividades del
alma, la específica del ser humano es el uso de la razón. Son tres los tipos de
alma que describe Aristóteles según su actividad: la vegetativa, que
compartimos con todos los seres vivos; la sensitiva, que compartimos con los
animales, y la racional, que es propia del ser humano. Realizarnos como seres
humanos implica, pues, desarrollar esa función propiamente nuestra. Por eso la
califica en este texto como “lo más excelente”.
A ello se refiere con la
“actividad estrictamente contemplativa”: al uso de la razón. Aristóteles
distingue dos tipos de virtudes según nuestra naturaleza: las virtudes
“intelectuales” (el conocimiento) y las sociales o éticas (las referentes a la
acción). Ambas componen nuestra naturaleza, pero Aristóteles considera más
noble aquella que más nos asemeja a lo divino: el conocimiento racional, la
ciencia, trata de verdades eternas, absolutas. Dedicarse al conocimiento es en
lo que consiste la vida contemplativa, por ello esta vida nos asemeja a los
dioses, porque nos centra en la búsqueda y contemplación de lo eterno.
No obstante, no hay que deducir
de aquí que Aristóteles apunte hacia alguna forma de inmortalidad del hombre. Semejarnos
a los dioses en la actividad contemplativa puede implicar acercarnos a su
naturaleza, pero el alma sigue siendo solo la forma del cuerpo, ambos una única
sustancia, aplicando el hilemorfismo que define la composición de todos los
seres. Serán los cristianos, en concreto Tomás de Aquino, quienes darán un giro
a esta lectura de Aristóteles y forzarán la interpretación de la inmortalidad
de esa parte del alma que nos define, el logos.
La ética de Aristóteles ha tenido
y sigue teniendo una gran repercusión. Su eudemonismo constituye una de
las aportaciones más relevantes al campo de la Ética siendo la felicidad, junto
con el deber, uno de los pilares fundamentales en el planteamiento de esta
disciplina.
martes, 20 de octubre de 2020
EL PROBLEMA DE DIOS EN ARISTÓTELES
EL
PROBLEMA DE DIOS EN ARISTÓTELES
Aristóteles
va a ser el autor que se plantee de forma sistemática el problema de Dios. Su
aportación principal en este tema es su definición de Dios como motor inmóvil y
acto puro.
Al
igual que el resto de materias que trata, su descripción de Dios es fruto de
una investigación desapasionada. Platón aún utiliza el mito como recurso
narrativo y alegórico; Aristóteles analiza el concepto de Dios de forma más
sistemática.
Parte
de concebir a Dios como el concepto que describe la perfección. Para
Aristóteles, un ser perfecto es un ser perfectamente realizado. Su filosofía
primera, que es ontología en cuanto trata del ser en cuanto ser, se
convierte necesariamente en teología, ya que tiene que explicar no solo
qué es y cómo se produce el movimiento que caracteriza la naturaleza (lo que
trata en física) sino también el porqué último de ese movimiento y su relación
con el ser en sí, para lo que desarrolla el concepto de actocomo
perfección, que identifica con Dios.
Explicar
el ser en cuanto ser implica por tanto explicar la tendencia de todo ser a su
fin último. El mundo entero se mueve de la potencia al acto, y este movimiento
implica esa tendencia al ser pleno, en acto. Dado que el concepto de “dios” se
identifica con la perfección, Aristóteles concebirá a Dios como acto
puro, donde “puro” significa carente de toda potencia, plenamente
realizado. Todos los demás seres tienen parte de su ser en potencia, lo cual
explica su movimiento. El movimiento en la tierra implica el nacimiento,
desarrollo y desaparición de los seres vivos en ciclos constantes, así como la
tendencia de cada elemento a su ubicación natural, donde encuentra su quietud o
reposo. Este movimiento resulta más variado, y por ello más imperfecto, que el
movimiento en los astros, que es circular e imita ya más claramente la
perfección del ser pleno, del acto puro.
Este es
el modo en que Dios mueve al mundo: por imitación. Por eso Dios es concebido
como motor inmóvil, porque mueve sin ser movido: dado que es
perfecto él mismo no cambia, pero mueve el mundo por “atracción erótica”, entendiendo
por “erótico” el deseo de cualquier cosa, puesto que su perfección es deseada
por todos los seres de la naturaleza, que tienden a ser en acto, desarrollando
todas sus potencias. No se trata, pues, de aspirar a llegar a ninguna vida ni
ningún ser, sino a desarrollar plenamente cada ente su propio ser, a
desarrollarse en acto. Esta tendencia de todo ser convierte su filosofía
primera también en teleología. En este punto hay que aclarar que tanto
Dios como el mundo existen desde siempre; Dios no crea el mundo ni guarda
relación alguna con él, salvo la de ser el fin o meta al que los entes aspiran.
En
cuanto acto puro, no se preocupa del mundo ni piensa en él en ningún sentido. El
pensamiento es un tipo de actividad; si tuviera alguna actividad se alejaría de
la perfección. En caso de concebir algún tipo de pensamiento divino, Dios no
podría tener ningún contenido de pensamiento más que sí mismo, en su perfección
y simplicidad. Por eso no se trata de un dios providente ni que intervenga de
ningún modo en la vida humana. Dios no ama el mundo ni puede amarlo, porque el mero hecho de concebirlo lo alejaría de la perfección.
Los
atributos de Dios como motor inmóvil y acto puro influirán enormemente en la
configuración del cristianismo desde la época escolástica, especialmente a
través de Tomás de Aquino, quien se enfrentará, no obstante, a tener que salvar
todos los puntos contradictorios entre el dios aristotélico y el cristiano: la
creación del mundo, la providencia y la salvación.
domingo, 23 de febrero de 2020
jueves, 13 de febrero de 2020
La persona
Imágenes de apoyo para plantear el tema.