Vi a la derecha del que estaba sentado en el trono un libro
escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos.
(Apocalipsis, 5, 1).
EL SÉPTIMO SELLO
Det Sjunde Inseglet
FICHA TÉCNICA
Suecia, 1957.
Director: Ingmar Bergman. Intérpretes: Max von Sydow (Antonius Block), Gunnar Björnstrand (Jöns, el escudero ateo), Nils Poppe (Jof), Bibi Andersson (Mia), Bengt Ekerot (la Muerte).
Basada en su propia obra teatral, Tramalning, Bergman realiza la que será una de sus películas más emblemáticas, la que le consagrará como un director de peso, aclamado en su momento en el festival de Cannes.
ARGUMENTO
Suecia, s. XIV. El caballero Antonius Block, junto a su escudero Jöns, vuelve a su pueblo natal en Suecia tras diez años en las cruzadas. A su regreso, mientras descansa en la playa, es recibido por la Muerte, que lo reclama; pero antes de morir desea encontrar algo, por lo cual pide jugar una partida de ajedrez para obtener esa prórroga.
Ambos se encuentran en una tierra desolada por la peste: en su camino Jöns va a interrogar a un hombre quien, al ser volteado para hablar con él, resulta ser sólo su propia calavera. Ante ello dice el escudero que ha sido “demasiado explícito”. Llegarán a una aldea, donde Antonius Block intenta rezar y se confiesa con la Muerte, confundiéndole con un cura. Mientras, Jöns habla con un pintor sobre sus retablos.
Continuando su marcha, se encuentran con unos titiriteros y con unos aldeanos supersticiosos atemorizados con la peste. En su periplo, Jöns rescata a una muchacha de los abusos de un seminarista, al que ésta había pillado robando a un cadáver.
Entre los comediantes, uno de ellos se escapa con la mujer del herrero, lo que dará lugar al enfrentamiento de éste y otros aldeanos con Jof, a cuyo auxilio sale también el escudero Jöns. Entre tanto, Block se encuentra en la carreta de los comediantes con Mía y su hijo.
Estos y otros personajes irán desenvolviendo sus propios avatares mientras nuestro protagonista continúa la partida, que reanudará en distintas etapas en su viaje de vuelta a su castillo.
COMENTARIO
En esta película Bergman utiliza toda la imaginería de los retablos medievales, esa época en que la amenaza supersticiosa y apocalíptica de la muerte, el pecado de los sentidos y el fin del mundo son el tema axial del espíritu de la época.
Junto a ello, un simbolismo universal y su propio mundo simbólico se entretejen formando este maravilloso tablero de luces y sombras y de dimensiones superpuestas.
En palabras del propio Bergman, “el séptimo sello es una alegoría con un tema muy sencillo: el hombre, su eterna búsqueda de Dios y la muerte como única certeza". El gran tema, sin duda, es pues la angustia ante la muerte y la búsqueda del sentido de la vida.
Es ésta una cuestión universal del pensamiento humano; no se trata de una película religiosa sin más, o al menos desde una perspectiva creencial; su trasfondo es existencialista: se plantea desde la angustia del vacío interior, desde el miedo a la nada. Ante la falta de pruebas, ante el sinsentido de la vida, la fe no basta.
La angustia del ser humano ante la finitud de su existencia se encuentra en la base de todas las expresiones religiosas; condiciona, aunque de diversos modos, el motor de la existencia de cada cual, como se ve en la distinta actitud de cada uno de los protagonistas antagónicos. Igual puede llevar a desear disfrutar al máximo de los placeres de este mundo antes de abandonarlo (el escudero), como puede llevar a despreciar todo lo mundano y centrarse en el modo de entender qué hay tras la muerte y cómo debemos conducirnos aquí para alcanzar alguna meta soñada (Block).
La confesión de Block es el fragmento más explícito de la inquietud temática.
- Quiero confesarme, pero mi corazón está vacío. El vacío es un espejo. Mi indiferencia ante los hombres me excluye. Vivo en un mundo de fantasmas, prisionero de mis sueños.
- ¿Aún no quieres morir?
- Sí quiero.
- ¿Qué estás esperando?
- Conocimiento.
- ¿Quieres una garantía?
- Llámalo como quieras. ¿Por qué es tan difícil percibir a Dios con uno de los sentidos? ¿Por qué se esconde entre vagas promesas y milagros invisibles? ¿Cómo podemos creer los creyentes si ni siquiera creemos en nosotros mismos? ¿Qué será de los que queremos creer? ¿Y de los que no quieran? ¿Qué será de aquellos que nunca podrán creer? ¿Por qué no puedo matar a Dios en mi interior? ¿Por qué me hace vivir con esta angustia, de modo tan humillante? Quiero arrancarle de mi corazón. Pero Él permanece dentro, burlón, no puedo arrojarlo de mí… ¿Me oyes?
- Te oigo.
- Quiero conocimiento. No creencias, no conjeturas, CONOCIMIENTO. Quiero que Dios muestre Sus manos, enseñe Su cara, que me hable. Pero sigue en silencio. Le grito en la oscuridad, pero allí nunca hay nadie.
- Quizá no haya nadie.
- Entonces la vida es una estupidez. Ningún hombre puede vivir con la Muerte y saber que el Todo es la Nada. - La mayoría de la gente nunca piensa en la Muerte o en la Nada.
- Hasta que se encuentran en el final de la vida y ven la Oscuridad.
- Ah, ese día…
- Ya veo. Deberíamos fabricar un ídolo con cuatro miedos y llamarlo Dios.
- Eres complicado.
- La Muerte me visitó esta mañana. Jugamos al ajedrez. Este respiro me permite llevar a cabo una tarea vital.
- ¿Qué tarea?
- Mi vida entera ha sido una búsqueda sin sentido. Lo digo sin amargura ni reproches. Sé que es igual para todos. Pero quiero aprovechar esta oportunidad para hacer algo importante.
- ¿Juegas al ajedrez con la Muerte?
- Es un hábil estratega, pero yo aún no he perdido ninguna pieza.
- ¿Cómo puedes burlarte así de la Muerte?
- Con una combinación de alfil y caballo. Romperé su flanco.
- Espero acordarme.
- ¡Traidor! ¡Me has engañado! Pero encontraré una salida.
- Reanudaremos la partida en la posada.
- (Queda solo, mirándose la mano) Es mi turno. Yo muevo. La sangre late en mis venas. El sol todavía está en el cénit. ¡Y yo, Antonius Block, estoy jugando al ajedrez con la Muerte!
Pero A.
Block no busca la inmortalidad en sí, sino el sentido de la vida. El tema, tal y como es tratado, muestra toda su dimensión de profundidad, misticismo y
radicalidad humanas al ser comparado con el más antiguo poema épico que ha llegado hasta nosotros: la
Epopeya de Gilgamesh. Es en la respuesta y en ese logro donde se encuentra el vínculo con el primitivo poema. El sentido último de la vida no se encuentra en alcanzar una certeza de inmortalidad, eternamente esquiva a los mortales en los relatos míticos y religiosos de tantas culturas. Se encuentra en dar a cada instante una dimensión absoluta, entregándose a los demás, hermanándose con la humanidad y desenvolviendo desde las entrañas el sentimiento más sublime del hombre, el amor.
Desglosemos ahora este tema en algunos de los más importantes prismas que alcanza.
La búsqueda de Dios La película comienza con un plano del cielo en que el Sol se oculta entre las nubes, mientras suena la estremecedora composición del
Dies Irae. Aparece un águila majestuosa
sobrevolando por delante de ese Sol. Queda en suspenso y se acalla la música. Entonces aparece una playa, mientras una voz en
off recita el Apocalipsis de San Juan: “Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello se hizo el silencio en el cielo durante una media hora. (…) Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas.” Apocalipsis, 8: 1 y 8: 6.
La relación entre Dios y el Sol es ya tradicional en la mayoría de las religiones desarrolladas (no así en las primitivas). En concreto, el Cristianismo asimila este simbolismo solar, de fuerte tradición egipcia, hasta el punto de que a Jesucristo se le pone como fecha de nacimiento el del solsticio de invierno, el día del Sol naciente. Lo mismo cabe decir de la
obviedad de la ubicación de Dios en el cielo.
Pero no hay que remontarse a conocimientos sutiles de simbolismo para intuir esa búsqueda espiritual. La sensación que produce ese cielo nublado medio ocultando el Sol es suficientemente explícita. El águila que en un momento lo
sobrevuela es otra referencia al Dios supremo. En muchas culturas representa el poder del cielo, por ser su vuelo majestuoso el más elevado.
Tras ese plano del cielo, lo primero que hace
Block al despertar es rezar.
El tema central queda presentado desde el principio, introduciéndonos en su mensaje. Pero esa búsqueda de Dios no acota lo suficientemente el tema: tal busca es fruto de la certeza humana de la muerte y el temor ante ella. De ahí la superposición sonora del
Apocalipsis y el
Dies Irae.
Aparecen
Antonius Block y después su escudero tumbados en la playa. Está amaneciendo. En la orilla, sus dos caballos, mezclando el nivel del argumento con el del tema, crean una alusión explícita a los caballos que se mencionan en el
Apocalipsis, que van siendo descubiertos según se van abriendo los primeros sellos.
La siguiente referencia a esta búsqueda es la escena de la iglesia. Mientras
Jöns queda conversando con un pintor sobre sus retablos, asido a la vida y sus placeres −en este caso, una conversación amena− como única realidad, A.
Block quiere confesarse y explicita ahora el sentido y la
forma de esa búsqueda que le atormenta.
Aquí cobra especial importancia la iconografía.
Jöns parece el propio
Bergman interesado por la composición artística y su significado. El Cristo románico al que reza
Block resulta grotesco, mudo, aterrador.
La constante búsqueda de Dios es la única respuesta que se nos ofrece. No hay nada en la película que adelante una hipótesis. El espectador puede salir identificado con la angustia, con la esperanza, con el escepticismo… pero todo cuanto concluya será su propia respuesta.
Así ocurre cuando conversa con la muchacha que está a punto de ser quemada por
bruja. Ella afirma haber visto al Diablo (si éste existe, existe Dios, aunque a la inversa es más discutible). Pero
Block no obtiene de ella más que su palabra, no la certeza perceptiva, por la razón o los sentidos, pero no por la fe.
No sabemos qué encontrarán más allá cuando llega el momento, pero nuestro protagonista manifiesta de nuevo su angustia y su necesidad de creer, su no aceptación de la nada.
“
Dios es el único que puede satisfacer el sentimiento de búsqueda del ser humano”
Como decimos, la película refleja esa búsqueda de Dios, presente en el ser humano desde que el hombre es hombre. Pero lo que refleja en sí es la raíz de esa búsqueda. Para entender el sentido de la misma hay que retrotraerse a otra pregunta: ¿qué es Dios?
Pensemos en el modo en que se presenta aquí: aunque sea el tema central, no aparece ninguna respuesta. Dios aparece tan solo como el nombre personificado de esa soñada respuesta.
El elemento místico personificado aquí no es Dios, sino la Muerte. Es con ella (en este caso con él, pues se personifica en un hombre) con quien juega esa partida; es con la Muerte con quien se enfrenta su inteligencia.
Y ésta es otra referencia importante. La búsqueda se hace a través de la inteligencia. No es un juego azaroso: el ajedrez es un juego de estrategia, de astucia, donde la inteligencia tiene que desplegar toda su capacidad
práxica. Y en ese juego el personaje busca alcanzar la comprensión racional. “No me basta la fe, necesito comprender”, declara
Antonius muy significativamente.
Espíritu y razón Como tema subsidiario a la vez que enfoque de éste, se encuentra la disputa entre lo racional y lo espiritual.
Block, aunque parece representar la primera, se encuentra en una tierra fronteriza entre ambas. No quiere creer, quiere saber. La fe no le basta. Esta declaración es una muestra de adhesión a la racionalidad, pero también declara: “qué será de los que queremos creer y no podemos”. Qué será de los unos, los otros… Ese “qué será” no nace de la mera razón, aunque sea a través de ésta como requiere una respuesta. Hay en él una inquietud emocional, espiritual, que siente que todo hombre ha de plantearse, como le declara a la Muerte, aunque sea el último día de su vida.
Su actitud última ante su fin destaca aún más esa sed espiritual. Se niega con angustia a escuchar el mensaje ateo de su escudero, quien está convencido de que tras la muerte se encuentra tan sólo el abismo de la nada. Una actitud que no sólo declara con firmeza ante el interrogatorio y posterior quema de la muchacha acusada de bruja, sino que también mantiene en el último instante de su vida, ante la presencia de la misma Muerte. En ese momento,
Jöns vuelve a expresar su carácter, su posicionamiento ante la vida, cuando espeta enojado a
Block que si no hubiera desperdiciado su vida pensando en la eternidad habría disfrutado de ella.
La muerte y la vida.
El juego de ajedrez es una
hermosísima metáfora de ese tema trascendental y universal del ansia humana de inmortalidad, que aparece ya en los retablos medievales que inspiraron a
Bergman. Ganar la partida a la Muerte significaría no morir. Como hemos dicho anteriormente, es el mismo tema que se trata en la
Epopeya de Gilgamesh. Y el destino que se ilustra es el mismo: la imposibilidad de vencer nuestra naturaleza mortal.
(pintura mural del s. XV, en la iglesia de Täby)
En los dos planos en que se mueve la película –lo trascendente y lo inmanente–, la primera incursión, dentro de la presentación misma, es la aparición de ese sombrío personaje. Esa presentación está toda ella imbuida en el simbolismo de la frontera: la playa, límite en
tre la tierra y el mar –las aguas son a su vez símbolo de vida y muerte, en cuanto representan un ámbito larvario de disolución y posibilidad de formas–. Allí se presenta la Muerte con su brazo extendido, cortando el horizonte con su negrura.
Su camino de vuelta se encuentra jalonado de señales de muerte y desolación, causados por la peste y trayendo como consecuencia el fanatismo religioso. Es un reflejo que introduce ya lo que está sintiendo el protagonista sobre el sentido de su vida.
La peste está presente a la largo de la película como
leitmotiv de la consciencia
de muerte. La escena del apestado al que la joven acompañante de Jöns quisiera ayudar re
trata esa presencia real de amenaza. Mientras, en el plano trascendente, lógicamente más simbólico, aparece la muerte del actor: la tétrica figura tala su “árbol de la vida”.
El negro y el blanco, la luz y la oscuridad. Bergman juega magistralmente con los colores para transmitir visualmente ese antagonismo de la vida y la muerte. La tétrica personificación juega, “como es lógico”, con las negras, mientras que en el jugador de blancas destaca especialmente la luz de su cabello albino. Igu
almente luminosa se presenta Mía.
Pero el blanco es utilizado no para reflejar la vida sin más, sino esa vida sublime y llena de sentido, del modo más espiritual en que pueda concebirse. Los personajes más inmanentes, como Jöns, parecen vestir de pardo. Otros combinan el blanco y el negro.
Sensualidad vs. espiritualidad
He aquí otro debate universal del pensamiento humano: la sensualidad y los placeres frente al espíritu. ¿Han de estar realmente enfrentados? ¿Cómo se presenta este tema aquí?
Pensemos en la escena de la comida con las fresas. En el mundo de Bergman, las fresas representan la sensualidad, la juventud, el erotismo y goce de la vida. La leche, cuya blancura resalta luminosa en el cuenco (en realidad, estaba vacío y pintado para crear esa luz), alumbra y da pureza a la escena. Block siente un afecto sincero y desinteresado por este ser humano, por esta familia, y eso il
umina su corazón. Aquí las fresas –alejándose del erotismo y peligro de
Fresas salvajes– se tornan amables, reflejando la bondad y dulzura de la vida. El descubrimiento de ese sentimiento será lo que dé sentido a su vida, al salvar de la muerte a otras.
Por su parte, Jöns es la personificación del
carpe diem, de adhesión a la sensualidad y los placeres de la vida. Convencido d
e que no hay nada fuera de los márgenes de esta vida, se declara a sí mismo desde el principio cuando le dice a Block que él busca sólo una aventura.
El amorLa gran respuesta al sentido de esa búsqueda es sin duda el sentimiento de amor hacia los demás. Pero el amor da nombre a sentimientos muy variados; tiene muchos matices y muchas expresiones.
Empecemos por ver su aspecto más genérico, como respuesta, volviendo a la primera frase del diálogo entre Block y la muerte: “Quiero confesarme, pero mi corazón está vacío. El vacío es un espejo.
Mi indiferencia ante los hombres me excluye. Vivo en un mundo de fantasmas, prisionero de mis sueños.”
He aquí la causa de la angustia, la raíz del vacío, la explicación de la nada. Block no siente vínculo alguno hacia los demás hombres. Ha luchado en las Cruzadas por la causa de Dios. Ha dejado atrás sus tierras y a su mujer; pero ello no le hace lamentarse. Es ese vacío existencial que Sartre expresó como nausea.
Reta a la muerte con la condición de que, si vence, le dejará tranquilo; si pierde, se irá con él. No tiene nada que perder, pues en cualquier caso era ya previamente su destino. En realidad, tiene seguro que algo va a ganar: si no la batalla final, al menos tiempo. Y en ese tiempo quiere encontrar la respuesta. Según sus propias palabras: “quiero aprovechar esta oportunidad para hacer algo importante”. Va a morir. Sin embargo, su partida contra la Muerte no ha sido en vano.
Ante Mia y su familia no es indiferente. La comida que comparte con ellos −un verdadero "ágape" en todos los sentidos de la palabra− ha resultado para él un instante lleno de hermosura, ha despertado sus sentimientos. He aquí su gran acción: salvarlos de la Muerte, a quien, según ésta se jactaba, nadie podía escaparse. No ha conseguido escapar él, pero, ¿quién querría ser inmortal si eso significa sentir eternamente ese vacío? La salvación para Block, el sentido de su vida, se ha mostrado en un solo instante, pero ha sido suficiente. Éste es el sentido del Amor.
Aparece también reflejado el amor de pareja, en varios casos contrapuestos. Tenemos el matrimonio de Jof y Mia. Un amor dulce y bondadoso; la neta sencillez de Jof le permite ver visiones, como la de la Virgen. En el otro extremo, el triángulo entre el herrero, su mujer y el actor, y la extraña relación entre Jöns y esa callada muchacha a la que salva del sátiro seminarista. Amor puro, deseo, compasión, erotismo…
Esther C. García Tejedor