lunes, 19 de octubre de 2009

Los motores de la conducta humana. 1.

LOS MOTORES DE LA ACCIÓN HUMANA







............Toda acción responde a una motivación, es decir, actuamos por algo de lo que podemos ser conscientes o no. Pero normalmente, en cada acción, son muchos los motores que van a configurar una conducta u otra. Teniendo en cuenta que somos seres vivos, que como tales, en la escala evolutiva, somos muy complejos, y que además nos vamos formando con el tiempo, ampliando y modificando nuestros esquemas cognitivos y nuestro desarrollo emocional, determinar qué nos impulsa a obrar de un modo u otro es algo tremendamente complejo.
..........A lo largo de la historia el ser humano ha intentado indagar en qué consiste el arte de saber vivir. Es algo muy indicativo de hasta qué punto no sabemos cuál es la meta de nuestras acciones, especialmente si hablamos de nuestros proyectos vitales, más allá de una acción momentánea. La acción de cada individuo puede definirse por su búsqueda de un estado perfecto: la felicidad. La acción del individuo en cuanto social, es decir, en cuanto inserto en un proyecto de grupo, puede enfocarse hacia la búsqueda de un estado perfecto de la humanidad en su conjunto.
.........Vamos a clasificar en dos grupos esos motores: los factores que se enfocan a los intereses del individuo y los que se refieren a otras instancias externas que tienen en cuenta el bienestar de la sociedad y los principios morales (recordemos que son aquellos que el individuo tiende a plantear como universales -no sólo yo, sino nadie debería o deberían todos...- y desinteresados -salga ganando y perdiendo yo en ello-. A estos dos grupos añadiremos las facultades que hacen variar el peso de la balanza de nuestra elección.

1. Impulsos, deseos y sentimientos

Comencemos por definir los factores que se refieren estrictamente a la naturaleza del individuo y su tendencia al bienestar. En realidad, los conceptos que utilizamos son sólo herramientas para habérnoslas con nuestra propia conducta, siendo así que en ocasiones puede ser difícil precisar de qué estamos hablando. Pero esta clasificación nos acercará a la posibilidad de hacer un análisis de factores.

Impulsos: el impulso podría definirse como una urgencia o tensión psicológica involuntaria, que nos empuja a realizar una acción elemental. Podemos limitarlos a aquellos motores de la acción que responden a necesidades inmediatas del organismo (hambre, sed, huída del dolor...), aunque también hay otros más complejos (correr cuando se nos escapa el autobús…). Dado que son una tendencia simple e inmediata a la acción, son difícilmente controlables, aunque no imposibles.
Deseos: podríamos definir el deseo como todo aquello que nos produce una atracción emocional. En este sentido, se distinguiría del impulso en la inmediatez de aquél respecto a la acción. En cierto modo, el impulso podría definirse como un “deseo elemental”. Pero el deseo abarca atracciones más complejas, que pueden ser manipuladas y generadas; en ellos intervienen intereses, creencias, expectativas... Si tengo hambre, obviamente deseo comer; pero también puedo desear comer algo por puro placer, y a la vez desear estar sano o conservar la línea (lo cual limita mi dieta). La diferencia fundamental de los deseos con respecto a los impulsos es que forman una red más compleja susceptible de ser moldeada por el entorno social: deseamos algo porque lo tiene todo el mundo, deseamos dar buena imagen y tenerla de nosotros mismos, deseamos algo porque es valorado por nuestro entorno… De ello da buena cuenta la publicidad. Ésta a menudo utiliza pulsiones básicas (el placer de los sentidos, la atracción erótica…) para vendernos productos que se asocian de forma inconsciente y pasiva a ellos.
Sentimientos: son uno de los motores de la acción más potentes, pero también más difíciles de definir. En principio, se engloba dentro de este término todos los que derivan del verbo “sentir”, y por tanto puede tener tantas acepciones como las derivadas de esta acción. Según las culturas y los idiomas, abarcarían factores tan diversos como sentidos, emociones y pasiones. Vamos a intentar perfilar mejor su campo semántico.

Sentidos: en sentido estricto, los sentidos son los datos empíricos que mi propio cuerpo me ofrece sobre el mundo físico. Podemos, pues, sin más diferenciarlos de los sentimientos y eliminar de este concepto tan amplio este tipo de información empírica, de modo que nos limitemos a relacionar los sentimientos con ciertos estados anímicos. Pero dentro de estos estados, aún se englobarían aquí otros conceptos, como emociones y pasiones.

Emociones: claramente son estados del alma, pero podemos precisar que son más intensas e inmediatas que lo que solemos entender por sentimientos. Respecto a su origen y naturaleza, existen varias posturas. Por un lado, algunos autores las consideran totalmente fisiológicas. En esta postura nos encontramos a Damasio, para quien un estímulo desencadena una emoción y ésta, mediante mecanismos complejos, un sentimiento. El sentimiento sería, pues, la suma de la reacción generada en el cuerpo por el estímulo, y las ideas que van asociadas a esa reacción (como vemos, para Damasio lo anímico es un epifenómeno de lo orgánico). En el otro extremo nos encontramos con Descartes, quien distingue entre dos sustancias irreductibles: la res cogitans (lo mental, el alma) y la res extensa (lo material, el cuerpo). Para Descartes, todo contenido mental, desde los impulsos a los sentimientos, pasando por todo tipo de creencias, forma parte de la res cogitans.

Pasiones: las pasiones son tendencias involuntarias del alma que “padecemos” (de ahí su nombre). Como ejemplo, sirva citar los catalogados tradicionalmente por la Iglesia como los “siete pecados capitales”. Tenerlas sería inevitable: controlarlas no. Serían algo así como una “tentación”, teniendo en este sentido cada cual sus propias debilidades: podemos tender a ser perezosos, libidinosos, arrogantes… Aunque, para no limitarnos a la cultura cristiana occidental, podríamos plantearnos también como pasiones o tendencias involuntarias otras contempladas por los clásicos como Aristóteles, como la cobardía, la temeridad, la prodigalidad, el servilismo… Incluso en algunas épocas han sido exaltadas, como por ejemplo durante el Romanticismo.

...........¿Debemos excluir estas definiciones de los sentimientos, o considerarlas partes de una clasificación más somera de los mismos? ¿No abarcan éstos un campo más amplio que lo hasta aquí expuesto? Los sentimientos parecen referirse a estados más constantes: podemos, por ejemplo, sentir amor o simpatía hacia otros, algo que no encaja del todo en las anteriores definiciones.
..........Junto con esto aún hay otras cuestiones que se han planteado a lo largo de la historia sobre la naturaleza de los sentimientos: ¿hasta qué punto son intencionales? o ¿Cómo se relacionan con la razón? Algunas teorías los enfrentan a ésta o los consideran inferiores; otras, los conciben como forma de conocimiento primario e inmediato, incluso superior a la razón (Rousseau) e incluso se habla de “sentimiento moral” (Hutcheson y otros). Durante la época romántica se consideró como intuición de la realidad última o única facultad capaz de expresar esa realidad.
.........Hemos visto autores, como Damasio, que los reducen a la esfera orgánica y los explica como sensaciones complejas, mientras que otros abogan por su independenciaAlgunos defienden que los sentimientos son actividades intencionales (Brentano), mientras que otros, como Hamilton, niegan este carácter intencional.
Reconociendo la intencionalidad de la vida emocional, Scheler establece una serie de distinciones que van desde los sentimientos que parecen más vinculados a los estados afectivos hasta aquellos que poseen un carácter terminantemente intencional. Así puede hablarse de: 1) los sentimientos sensibles o de la sensación, localizados o extendidos en partes determinadas del cuerpo (p. e. el dolor, los placeres, el hormigueo o las cosquillas); este sentimiento sensible es exclusivamente actual y no intencional. La atención parece destacarlos, a diferencia de los de orden superior, que se desvanecen. Pueden provocarse, mientras que lo espiritual no puede variar con el simple querer o no querer. 2) Los sentimientos vitales, tales como el bienestar y el malestar, sensación de salud o enfermedad, de desarrollo o fracaso, la calma o la tensión, la angustia, pertenecen al organismo entero pero no poseen una localización concreta y su intencionalidad es superior a las de los sentidos sensibles –casi inexistentes en éstos–. En ellos hay continuidad y duración. 3) Los sentimientos anímicos pertenecen al yo: tristeza y alegría, melancolía, júbilo, son intencionales e independientes de la provocación y la voluntad, aunque no absolutamente. Su motivación es casi completa y no puede ser interrumpida fácilmente. 4) Los sentimientos espirituales son puras funciones; esa función se confunde con el núcleo de la persona misma, no estando subordinados en absoluto a los contenidos peculiares de las vivencias. Son los sentimientos de orden religioso y metafísico: beatitud, desesperación, remordimiento, paz y serenidad de alma, etc.

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