¡INDIGNAOS!
Es el título del libro-denuncia de Stéphane Hessel, héroe de la Resistencia, colaborador de Naciones Unidas y parte del equipo redactor de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
No es solamente un título: es una llamada. Una llamada a despertar conciencias.
Lo primero que llama la atención es que sea necesario decirnos que nos indignemos; ¿acaso nos faltan motivos? No, lo sabemos todos, y en cualquier tertulia, casera, familiar, con amigos, constatamos esa indignación. Pero no sabemos por qué; discutimos entre nosotros y criticamos a la nada, con una indignación sorda y una actuación mansa. Nuestra indignación íntima es sólo un desahogo de lo que vivimos, de lo que nos hacen vivir: bajadas de sueldos, hipotecas imposibles, pérdidas de derechos, por una supuesta crisis que no hemos provocado nosotros. Criticamos a los políticos, cada uno desde su bando, escuchamos sus discursos y tiramos al otro las piedras que ellos nos arrojan; debatimos sobre lo que nos presenta el telediario: las guerras y sus motivos (previamente opinados), los rescates financieros a países ya ahogados en la crisis, la "necesidad" de recortes y más recortes de derechos... siempre a los mismos, los únicos recortables. Y todos los gigantes que criticamos en la intimidad resultan ser siempre molinos, cada vez con distintas caras.
El título es una llamada a la acción, a una indignación activa. ¡Indignaos!, así, en plural y en público, no te indignes a solas en tus sueños, no te quedes en palabras ajenas para pintar rostros a fantasmas, dibujados ya por otros.
La primera reacción previsible ante esta llamada es: ¿y para qué sirve indignarse? Lo primero con que nos vamos a encontrar como respuesta es "¿qué ganamos con indignarnos? yo no puedo hacer nada", "yo no voy a cambiar el mundo". ¿Qué se puede decir a esto?
El mundo no es. El mundo lo hacemos. Algunos lo hacen activamente, para bien y para mal, y otros, muchos, lo hacen con su pasividad. ¡Indignaos! es sólo una llamada, un primer paso. Es decirnos ¡despertad!, ¡tened conciencia propia!, ¡abrid los ojos a la realidad, aunque duela! Ser pasivo es una elección, nos guste o no, y somos responsables y culpables de ella. Si no abrimos la ventana de la mente no sabremos nunca qué paisajes y caminos hay fuera. Por eso pensamos que "yo no puedo hacer nada". Es un pensamiento autodefensivo: nos defendemos de nuestra cobardía y acomodamiento engañando nuestra mente; somos lo que pensamos, y desde lo que pensamos trazamos caminos en la realidad.
No hablamos de nada nuevo; se trata de ese mecanismo sempiterno ilustrado magistralmente por Platón en el mito de la caverna: un grupo de hombres encadenados en una gruta desde que nacen, viendo sólo las sombras que proyectan otros con esos tíreres que portan, que no son más que copias seleccionadas de la verdadera realidad exterior. Pero se pueden romper las cadenas; alguien lo hace; alguien que, por el mero hecho de querer conocer, se da cuenta de que está encadenado.
Primer paso: ¡indignémonos! Indignarse es sólo el primer paso. Es romper las cadenas, y una vez liberados de ellas, ya veremos qué pasa después, qué nos depara el camino que entonces se abre ante nosotros.
Segundo paso: analicemos la realidad con frialdad, deshagámonos de nociones preconcebidas y estructuradas por otros. Hay que querer saber, hay que querer comprender. Después de plantarnos en el camino, hay que atreverse a mirar de frente. Hay que empezar a caminar.
Tercer paso: tras tener una perspectiva del paisaje, tomemos las riendas, propongamos caminos sobre esa realidad que hemos visto.
(continuará)
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