Por motivos desafortunados en los últimos tiempos he entrado en contacto con los servicios de ambulancias de la Comunidad de Madrid.
Sitúo: cualquier persona que esté impedida y que necesite una rehabilitación o atención médica, tiene que ser trasladado en ambulancia al hospital donde le toque... y, se supone, a la hora que le toque. Quienes conozcan directa o indirectamente este tema sabrán los problemas a que se enfrentan los pacientes y familiares: escasez de servicio, retrasos a veces de horas que imposibilitan llegar a tiempo de recibir su servicio sanitario, personal que a veces llega sin ayuda porque no han sido avisados (una persona inmovilizada que tiene que ser transportada hasta la ambulancia en una silla especial y en la ambulancia en camilla, necesita dos personas para el traslado), lo que implica pedirlo en el momento y esperar otra vez... lo que se tercie.
Es mucho lo que implica para la salud de cada paciente sufrir estos percances, pero no es de esto de lo que quiero hablar ahora aquí, sino del otro lado del problema: los trabajadores de las ambulancias. ¿Con quién se desahoga uno cuando ha acumulado horas de tensión? Con ellos, porque son las únicas personas, seres parlantes y vivientes, con rostro, a los que podemos quejarnos.
Pues bien, el problema viene por los recortes de plantillas y servicio que ha habido en el sector; por la reducción de cinco zonas en Madrid a cuatro; por la falta de coordinación que implican esas reducciones... Hacen lo que pueden acumulando el estrés de sus condiciones, y a ese estrés se les suma el de recibir quejas, lamentaciones, quién sabe si hasta insultos, que hacen que lleguen a su casa, al final de la jornada, con mal cuerpo. Porque a nadie nos gusta ser tratados con desprecio o indignación, comprensibles en sí, pero inmerecidas en general por ellos.
Pero no acaba aquí la cosa: como "estamos en crisis" muchos de ellos llevan meses sin cobrar. Es decir, a un trabajo relacionado con una necesidad tan prioritaria y básica, se aplican unas condiciones cada vez más degradadas y cobrar tarde, mal o nunca.
No sé de quién es la culpa; no escribo para descalificar a los empresarios de este sector, o a los ayuntamientos o Comunidad que no les pagan a ellos. Estamos cansados -yo lo estoy- de recibir noticias de correos en cadena, de conversaciones con amigos, sobre privilegios de políticos, despilfarros indecentes en gastos estrafalarios, malas gestiones; de oír discursos de una desfachatez que supera el entendimiento y de saber de acciones abusivas de este tipo de personas poderosas, de cualquier ámbito, cuya enanez moral ya no merece ningún comentario.
Escribo para destacar la honradez y paciencia de quienes sufren los abusos y sus consecuencias; escribo para agradecer la decencia de quienes siguen al pie del cañón, sosteniendo la sociedad; de quienes siguen sabiendo sonreír y tratar al otro como un ser humano; desde el puesto que estén, desde la situación en que estén. Porque ese tipo de personas, que siguen dando aunque sea una sonrisa, sin recibir, ni siquiera reconocimiento, son quienes deberían estar orgullosos de sí mismos. Son quienes hacen que la vida en común siga siendo posible y soportable.
A los trabajadores de las ambulancias, y a todos los que siguen transportando a los demás consuelo, y felicidad; por la salud moral de nuestra sociedad, a todos ellos quiero desearles al menos FELIZ NAVIDAD.
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