EL USO PRÁCTICO DE LA RAZÓN
II. LA ÉTICA KANTIANA
¿QUÉ DEBO HACER?
EL IMPERATIVO CATEGÓRICO Y LA AUTONOMÍA DE LA MORAL
1. LOS OBJETIVOS Y EL PUNTO DE PARTIDA
Kant había asumido la crítica a la falacia naturalista de Hume, que negaba que los enunciados éticos pudieran reducirse a juicios naturales. Pero a diferencia de Hume, Kant necesita fundamentar una ética objetiva (recordemos que el emotivismo moral de Hume convierte la moral en subjetiva; la coincidencia de los juicios morales se explicaría porque los humanos poseemos una naturaleza común). La ética de Kant no se va a fundamentar en los sentimientos, sino en la razón: en el uso práctico de la razón pura.
Veamos sus objetivos: Kant es heredero de la Ilustración, cuyos ideales éticos son:
– crear una religión natural (sin confesión religiosa).
– crear una moral independiente de todo conocimiento.
Con esto pretendían unir a todos los hombres bajo una razón común y sin que unos tengan más acceso a la moral que otros. Esto eliminaría las guerras religiosas e ideológicas, suprimiendo los dogmatismos y la superstición.
2. PLANTEAMIENTO KANTIANO
Estos ideales invalidan las éticas formuladas hasta entonces, porque son intelectualistas, dado que se basan en la idea del Bien: si el Bien es el concepto supremo en ética, para ser moral hay que conocer qué es el bien (la felicidad, el placer...). Al igual que establecerá lo que él mismo denomina "giro copernicano" en su teoría del conocimiento, cambiando la perspectiva del conocimiento como algo que recibimos al conocimiento como algo que elaboramos, en ética realizará un giro similar cambiando el punto de partida: en vez de partir de la definición de lo que sea el bien, la ética ha de basarse en el concepto de deber. Por ello establece la distinción entre éticas materiales y éticas formales.
Éticas materiales: las que están basadas en el contenido del precepto precepto moral -su "materia"-: la idea de bien, ya se entienda como felicidad, placer, virtud...Ética formal: la que se basa en la forma de la ley moral, prescindiendo de su contenido; esa forma es el sentido del deber: lo que hace que la ley moral se me imponga como tal. Ésta es su ética.
Los preceptos de las éticas materiales son meramente hipotéticos: “si quieres ser feliz... haz esto”. Este tipo de imperativos tienen dos inconvenientes:
– Se fundan en conocimientos (hay que saber en qué consiste el bien, que se entiende como objetivo de la acción).
– No son necesarios, ya que son a posterori (sólo podríamos saber si una acción es buena por sus consecuencias, es decir, si de ellas se ha derivado ese bien que se había definido como finalidad).
En realidad, constata Kant, los imperativos hipotéticos dan consejos, no mandatos. Conclusión: la moral debe estar basada en imperativos categóricos: mandato absoluto y necesario, sin contenido concreto. Busca fundar la moral en lo que hace ley a toda las leyes, la forma de la ley (no una ley concreta), su a priori (ese a priori consiste en el hecho de que la acción se me presenta como necesaria en sí misma, al margen de las consecuencias que se deriven de ella). Los imperativos cumplen con respecto a la experiencia moral la misma función que las categorías con respecto a la experiencia científica.
Forma: estás obligado a actuar por obligación => que tu acción sea necesaria => que sea universal.
Kant pretende fundar una moral autónoma:
a) de todo conocimiento (mandatos a priori, antes de conocer las consecuencias).
b) de toda inclinación sensible.
c) de toda esperanza (por tanto, de la religión).
a) De todo conocimiento
Por conocimiento aquí entendemos credos religiosos, metafísicas sobre la existencia de Dios, teorías sobre la naturaleza humana (como, por ejemplo, la búsqueda de la felicidad)... La moral se basa sólo en el deber, por tanto no hay que conocer el contenido de la finalidad de nuestras acciones.
(Kant está presuponiendo que tenemos una razón práctica que nos dicta lo que debemos hacer en cada caso. Ante la pregunta ¿qué debo hacer? Todo el mundo contestaría lo mismo. El imperativo categórico sería tan universal y necesario como el conocimiento matemático).
Kant establece una escisión entre:
– mundo sensible (ámbito del determinismo ) y
– mundo inteligible (ámbito de la libertad).
Nosotros pertenecemos ambos. Nos conocemos sólo como fenómenos (objetos sometidos a las leyes físicas y biológicas; por eso es imposible conocer los motivos de actuación de los demás). Pero nos vivimos como noúmenos (cosas en si, seres libres). En cuanto noúmenos, inteligibles, tenemos razón práctica -la que se aplica a la acción, en cuanto deliberamos lo que hacer porque somos libres-, y de ahí viene la sociabilidad del hombre.
Esta doble naturaleza explica que no siempre hagamos lo que debemos hacer: mi razón siempre me dirá lo que está bien y lo que esta mal; siempre sabemos si una acción es buena en sí misma o no lo es. Pero nuestra naturaleza sensible (aquí se incluyen deseos, miedos, apetitos, sentimientos...) en ocasiones se impone a nuestra razón, y obramos por las necesidades sensibles que nos impone esta naturaleza en vez de por nuestra racionalidad, que sería universal.
LIBERTAD: somos libres y racionales, o sea, poseemos una voluntad que quiere lo que debe querer, esto es, su obligación. Pero a su vez pertenecernos al mundo del determinismo, por lo que tenemos inclinaciones y deseos (no pertenecientes a la voluntad). Esto es lo que crea el problema moral.
Vemos, pues, que para Kant la libertad se relaciona con la razón: somos libres en la medida en que nos gobernamos por medio de nuestra razón, en la medida en que nuestra voluntad es racional. Si no, somos esclavos de nuestra naturaleza sensible.
Se establece, pues, la siguiente ecuación:
Libertad = voluntad libre = voluntad racional = deber.
Un sujeto libre es aquel que se dicta a sí mismo su propia ley –por tanto libertad se opone a inclinación, no a deber–. Este es el sentido de la autonomía moral kantiana. El imperativo categórico es una ley moral -por tanto somos libres de seguirla o no- y no del conocimiento debido a esa doble naturaleza humana. Por una parte, soy libre –miembro del mundo inteligible: razono la bondad o maldad de las acciones posibles–. Si sólo fuéramos racionales, mis acciones serían siempre conformes a la autonomía de la voluntad (la voluntad de todos es la misma, porque es racional): por tanto, conforme al deber. Pero por otra parte, tenemos una naturaleza sensible: tenemos inclinaciones que nos determinan, que no pertenecen a la voluntad, nos hacen débiles a la hora de cumplir nuestro deber. Por eso el imperativo categórico no es un "ser" sino un "deber ser".
c) De toda esperanza:
Si al actuar estamos pensando en un Juicio Final, o estamos esperando un premio a nuestra conducta –la felicidad, el Bien en otra vida...– la acción no está siendo puramente moral. Cada acción debe hacerse porque en sí misma nos parece buena, no porque nos vaya a reportar nada; por actitud moral entendemos aquélla que está al margen de todo interés. Actuar moralmente es actuar por deber.
EL PROBLEMA DE LA FELICIDAD
En Kant se produce una escisión entre virtud y bien (entendiendo el bien como la recompensa que se deriva de la buena acción). Esto trae un problema: la felicidad queda al margen de todo planteamiento ético. Aunque nos quede claro que, efectivamente, así es (siempre nos parece más moral aquel que actúa sin esperar recompensa que el que espera alguna, aunque sea agradecimiento o reconocimiento) no deja de ser también cierto que la felicidad es el principal motor, la meta última a que aspiramos, y la ética kantiana deja este problema sin explicar. Por ello, aunque sea al margen de la ética, para abarcar lo que es el hombre ha de añadir una tercera pregunta: "¿Qué me cabe esperar?". Pero ésta queda fuera de la ética, del mismo modo que ésta quedaba fuera del conocimiento. Si al conocimiento le correspondían los juicios y a la ética los imperativos, ahora ha de añadir una forma distinta de responder a este nuevo ámbito, que es el de la religión (la dimensión religiosa de todo ser humano, entendida como religión natural); esta nueva forma de responder son los postulados.
Esta escisión no se salva en la moral, sino con la pregunta religiosa: ¿qué me cabe esperar? Esta pregunta es posterior a la pregunta ética, y se responde con los tres postulados de la razón práctica: la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.
III. LA RELIGIÓN
¿QUÉ ME CABE ESPERAR?
LOS POSTULADOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA
El imperativo categórico se define al margen de la felicidad. La moral es actuar por deber, y no por gusto ni por felicidad –ni siquiera por placer humanitario–. El objeto de la voluntad moral no puede ser individual, se define por ser universal.
Ahora bien: es injusto, piensa Kant, repele a la razón, que la persona moral no sea feliz y la malvada sí. En este mundo vemos que virtud y felicidad no coinciden, luego hay que postular –no demostrar, pues es imposible según su propia teoría del conocimiento–:
a) La libertad. Ésta, en realidad, es un postulado de la ética: si no somos libres, no tiene sentido decir que elegimos bien o mal las acciones que emprendemos. La libertad es conditio sine qua non de la moral.
b) La inmortalidad del alma. Dado que en ésta no lo vemos, esperamos que los buenos serán felices en la otra vida y por la eternidad, obteniendo así el justo premio a sus méritos.
c) La existencia de Dios. Es necesario postular la existencia del Ser Supremo como garante de la retribución justa de la felicidad, pues para que ésta se dé ha de existir un juez todopoderoso que lleve a cabo esa justa retribución.
Del problema de la felicidad se extraen, pues, los tres postulados de la razón práctica: la libertad, Dios, y la inmortalidad del alma.
CARACTERÍSTICAS DE LA MORAL KANTIANA
Es una moral objetiva (la razón descubre, no inventa, la bondad o maldad de las acciones, y lo expresa a través de los imperativos), racional (el imperativo categórico es fruto de la razón, no de los sentimientos) y formal (prescinde del contenido de las normas morales: se queda con el sentido del deber que acompaña al imperativo categórico).
APÉNDICES
LA POLÍTICA COMO CULMINACIÓN DE LA MORAL
Aunque Kant culmina su ética con el paso a la pregunta religiosa y aplaza el problema de la felicidad en la otra vida, no carece de un planteamiento político que se ciñe al ámbito de esta vida. La justicia es para Kant un ideal que actúa como horizonte al cual debe dirigirse la humanidad como conjunto. Aunque como tal horizonte resulte inalcanzable, marca sin embargo el camino por el cual debemos emprender la marcha de las legislaciones y de la conviviencia.
Críticas a la ética de Kant
– La principal es esa definición de la ética al margen de la felicidad. Pero esta crítica es ya asumida por Kant cuando plantea este problema en la tercera pregunta. Ahora bien, la felicidad continúa siendo el principal motor de acción del ser humano, y Kant prescinde de ella para explicar la acción. Aunque aporta la definición más pura de lo que se entiende por moral, como explicación de la acción sigue dejando esa oquedad.
– Al definir la moral como fruto de la razón práctica se ha objetado si las personas deficientes mentales, aquéllas que tengan mermado el uso de su razón, pueden ser morales. En realidad, tampoco aquí hay brechas racionales o argumentativas en el planteamiento kantiano, porque sí se puede contestar desde su planteamiento: o bien que, efectivamente, estos seres carecen de voluntad libre y por tanto de moral, o bien que el uso práctico de la razón es distinto al uso teórico y puede no estar afectado más que para el primer uso. Ahora bien, nos sigue quedando el poso de que la moral inocente y espontánea que puede verse en ciertas personas de racionalidad deficiente es más emocional que racional.
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